Prefacio

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Inhalo con dificultad, el olor a hierro de mi propia sangre me asfixia.

El dolor nace en grandes oleadas que se desbordan de mi ser.

Las contracciones rompen mi cadera y adormecen mis extremidades.

Mis entrañas se retuercen, se desordenan.

Jadeo.

Gruño.

Me quejo.

Grito.

Es como si me partiera en dos.

Me cuesta respirar, los oídos me zumban y los párpados me pesan.

Una de las enfermeras me sostiene por la espalda, ayudándome a mantener en cuclillas*, sobre la cama.

Recargo la cabeza en mis brazos alzados que se sujetan al arnés que nace del techo.

Estoy cansada.

Las piernas me flaquean y los brazos me punzan.

Otra contracción.

El sufrimiento no se detiene.

Aprieto los dientes.

Una agradable y fresca fragancia se abre paso por entre el olor a sangre, heces y placenta.

«Se está acercando».

Hago un último esfuerzo.

Su pequeña y potente voz chilla apenas toma su primer bocanada de aire.

—Es una saludable niña.

Suelto el aire contenido, sintiendo mi cuerpo como gelatina.

La enfermera me ayuda a recostarme.

El sudor combinado con mis lagrimas escurre por mi cara impidiéndome ver con claridad.

Alzo los brazos y me la entregan envuelta en una cobija.

La cara hinchada, seguramente roja por mi sangre.

Sus ojos están cerrados con fuerza y la boca la tiene abierta en un lloriqueo.

Se tranquiliza cuando siente mi calor corporal.

Acerco mi nariz a su cabeza, debajo de la sangre, su olor es dulce, tan dulce como el olor de las manzanas maduras que se ocupan para hacer mermelada.

El cuernito choca con mi piel. Le doy un pequeño beso.

La acaricio con el arco de mi nariz. Tan dulce, tan pequeña, tan frágil.

Mi corazón se hincha desbordado de un amor nunca antes experimentado.

Abre los ojos y me observa.

Ojos grandes, llenos de vida.

Afuera, el olor a sakura* de mi esposo nos espera ansioso.

Pronto nos reuniremos con él.

Esta es una advertencia temprana de terremoto. Por favor, prepárese para un sismo de gran intensidad.*

Mi cuerpo se tensa.

Un silencio cargado de pánico zumba en la sala de operaciones.

Los rostros están calmados, pero el olor a miedo grita con violencia contagiando a todos.

Sujeto a mi pequeña con fuerza, pegándola a mí.

Bajo de la cama y me agacho apoyándome sobre mis rodillas.

Alleycat | BNHA |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora