Parte dos.

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Arrastrarme hasta clase resultaba una de las cosas más desesperanzadoras de mi día a día.

Aunque disfrutaba de ellas, odiaba a mis compañeros. Repulsivos post-adolescentes que se dedicaban a escribir poemas sexuales poco éticos, rozando lo machista; para más tarde, recitérselo a chicas con poca personalidad, que asentían y sonreían aparentando que estaban escuchando, lo cual no hacían, ya que sólo estaban pensando en lo injusto que era que hubieran echado a su concursante favorito del programa menos intelectual de toda programación televisiva.

Si hubieran estado prestando un poco de atención, se hubieran dado cuenta de lo que esos gilipollas  decían que era poesía, lo cual era mentira.

El fin de semana quedé con Lisa para ir a algún sitio alejado del mundo.

Diario de mis días tristes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora