Primera parte.

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Lisa se acercó a prguntarme algo; no recuerdo bien el qué, porque me limité a asentir mientras dejaba que la mierda me recorriera las venas.

Era buena mierda la que me habían pasado, Bill, el tipo raro psicótico que concocí haciendo trabajos sociales. Necesitaba algo que me devolviera la vida, no era mucho pedir.

Me sentí bien hasta que me metí en mi habitación. Nunca había experimentado tal sensación de vacío. 

Por un momento me olvidé de que mi apartamento medía trece metros cuadrados (once habitables) e imaginé que volvía a Madrid, que Cal, un gato con el que tuve el placer de convivir durante diez largos años, apodado así por su color blanquecino sucio; me pisoteaba la cara y recorría mi cuerpo desnudo y ligeramente mojado mientras sonaba Alt-j, Matilda, por ejemplo.

El sueño se desvaneció cuando alguien llamó a la puerta. Jodido capullo, me has despertado.

Diario de mis días tristes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora