Pass me a cigarette

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La calle estaba desierta. Camino despacio por Berkley Street, con unas deportivas medio rotas y los cordones sin atar.

No había ni un alma, y menos la mía, que debe estar deambulando por alguna librería buscando algún verso potable.

Es gracioso ver cómo la gente te trata de manera distinta dependiendo de tu apariencia externa.     Ahora, a las cuatro y cuarto de la mañana, la gente se decanta por apartarse de mí. Llevo el pelo alborotado, más de lo habitual. Se me han roto las medias, y noto como ya no hay rastro de droga en mi interior.

Los cigarrillos son caros, pero en el bar de Mel´s siempre me recompensan con un paquete cuando voy con escote y mis medias de rejilla. Pobres inocentes, se dejan manipular por una universitaria y un canalillo. Cuando lo hago me siento poderosa, como cuando gritas en un vagón de metro que el pervertido de al lado te está tocando y la gente empieza a intimidarle con la mirada. La primera vez que me acosaron, no fui capaz de chillar, luego le cogí el gusto. 

Saco el último cigarrillo, que está al revés, y pido un deseo. Lo fumo despacio, aspiro y observo como el humo sale de mis labios. 

Fumar sola no me sienta bien, fumar acompañada es peor aún.

Diario de mis días tristes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora