Mi primer impulso es bajar corriendo del árbol, pero estoy atado con el cinturón. Consigo soltar la hebilla de algún modo y caigo al suelo, todavía envuelto en mi saco de dormir. No hay tiempo para empaquetar nada. Por suerte, ya tengo la mochila y la botella dentro del saco, así que meto el cinturón, me cuelgo el saco
al hombro y huyo.
El mundo se ha transformado en un infierno de llamas y humo. Las ramas ardiendo caen de los árboles convertidas en lluvias de chispas a mis pies. No puedo hacer más que seguir a los otros, a los conejos y ciervos, e incluso a una jauría de perros salvajes que corren por el bosque. Confío en su dirección porque
sus instintos están más desarrollados que los míos. Sin embargo, ellos son mucho más rápidos, vuelan por el bosque con gran agilidad, mientras que mis botas no dejan de tropezar con raíces y ramas caídas, y no puedo seguir su ritmo de ninguna manera.
El calor es horrible, pero lo peor es el humo que amenaza con ahogarme en cualquier momento. Me subo la camisa para taparme la nariz y me alegro de que esté mojado de sudor, ya que eso me ofrece una pequeña protección. Y sigo
corriendo, ahogándome, con el saco dándome botes en la espalda y la cara llena de cortes por las ramas que se materializan delante de mí sin avisar, surgidas de la niebla gris, porque se supone que tengo que correr.
Esto no ha sido una hoguera que se le haya descontrolado a un tributo, ni tampoco un suceso accidental; las llamas que me acechan tienen una altura
antinatural, una uniformidad que las delata como artificiales, creadas por humanos, creadas por los Vigilantes. Hoy ha estado todo demasiado tranquilo; no ha habido muertes y quizá ni siquiera peleas, así que la audiencia del Capitolio
empezaba a aletargarse y a comentar que estos juegos resultaban casi aburridos. Y los Juegos del Hambre no pueden ser aburridos.
Es fácil entender la motivación de los Vigilantes. Hay una manada de profesionales y después estamos los demás, seguramente repartidos a lo largo y ancho del estadio. Este incendio está diseñado para juntarnos, para que nos
encontremos. Aunque puede que no sea el dispositivo más original que haya visto, es muy, muy eficaz.
Salto por encima de un tronco ardiendo, pero no salto lo suficiente; la parte de atrás de la chaqueta se quema, y tengo que detenerme para quitármela y apagar
las llamas. Sin embargo, no me atrevo a abandonar la chaqueta, aunque esté
achicharrada y caliente; me arriesgo a meterla en el saco de dormir, esperando que la falta de aire termine de extinguir el fuego. Lo que llevo en la mochila es lo
único que tengo, y ya es bastante poco para sobrevivir.
En cuestión de minutos noto la garganta y la nariz ardiendo. Las toses empiezan poco después, y me da la impresión de que se me fríen los pulmones.
La incomodidad se convierte en angustia, hasta que cada vez que respiro noto una puñalada de dolor que me atraviesa el pecho. Consigo refugiarme debajo de un saliente rocoso justo cuando empiezan los vómitos, y pierdo mi escasa cena y
todo lo demás que me quedase en el estómago. Me pongo a cuatro patas y sigo con las arcadas hasta que no hay nada más que echar.
Sé que tengo que seguir moviéndome, pero estoy temblando y mareado, jadeando por la falta de aire. Me permito tomar una gota de agua para enjuagarme la boca y escupir, y después le doy un par de tragos más a la botella.
« Tienes un minuto —me digo—. Un minuto para descansar» .
Me tomo ese tiempo para reordenar mis provisiones, enrollar el saco y meter todo a lo bruto en la mochila. Se me acaba el minuto. Sé que ha llegado el momento de moverse, pero el humo me ha dejado atontado. Los veloces animales que me guiaban me han dejado atrás y sé que no he estado antes en esta parte del bosque, que no había visto rocas grandes como ésta en mis anteriores excursiones. ¿Adónde me llevan los Vigilantes? ¿De vuelta al lago? ¿A un nuevo terreno lleno de nuevos peligros? El ataque comenzó justo cuando por fin lograba tener unas cuantas horas de paz. ¿Habrá alguna forma de avanzar en paralelo al estanque y regresar después, al menos a por agua? La pared de fuego debe terminar en alguna parte y no puede arder para siempre. No porque los Vigilantes no puedan hacerlo, sino porque, de nuevo, la audiencia se quejaría. Si pudiera meterme detrás de la línea de fuego, evitaría encontrarme con los profesionales. Cuando por fin decido intentar dar la vuelta dando un rodeo, aunque eso conllevase varios kilómetros de viaje para alejarme de este infierno y otros cuantos para volver, la primera bola de fuego se estrella contra la roca, a medio metro de mi cabeza. Salgo corriendo del saliente. El miedo me da energía renovada.
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los juegos del hambre (kyumin)
ActionGANAR SIGNIFICA FAMA Y RIQUEZA. PERDER SIGNIFICA UNA MUERTE SEGURA. En una oscura versión del futuro próximo, doce chicos y doce chicas o donceles se ven obligados a participar en un reality show llamado Los juegos del hambre. Solo hay una regla: m...