PRÓLOGO

423 18 10
                                    

De verdad no me esperaba nada de lo que ocurrió aquel día. Cuando me levanté por la mañana, mitad relajada mitad nerviosa por la presentación que tenía no estaba preparada, en lo absoluto, para que mi destino cambiara por completo antes de aquel mediodia.

No me sentía nerviosa, estaba todo bajo control, a pesar de haberme quedado sin un guión al cuál aferrarme, me sentía tranquila. Me había despojado ya de casi todos los amuletos de buena suerte que había llevado, adiós al anillo que me obsequió mi mejor amigo, adiós a la pulsera que me dio mí tía Leyla en Sudáfrica antes de que me marchara, adiós a la tobillera que me envió mi hermano, y definitivamente adiós al broche para el cabello que me había regalado mi abuela en mi infancia. Adiós a todo. Los coloqué juntos en una pequeña bolsita hermética y la guardé en mi bolso. El que le dí a mi madre, ella me estaba ayudando con el peinado y maquillaje mientras que Lili y Camila hacían todo por su cuenta. Luego ella fue a buscar asientos junto al resto de la familia que había venido a ver mi primera presentación en la escuela de artes a la que estaba asistiendo, preparandome día a día durante cuatro largos años para obtener el título de licenciada en artes Escénicas. Era el futuro con el que había soñado desde los cuatro años y cada minuto estaba un segundo más cerca de eso. Empezó la función y una a una las chicas de danza iban entrando a escena a bailar, mientras que mis otros tres amigos y yo esperábamos ansiosos a que nuestro turno llegara.

Pero nada de esto se trata de lo que pasó al salir a escena y personificar mi papel en la obra de teatro, sino lo que ocurrió después.

Después de que acabara nuestra función, después de que volviéramos al escenario uno por uno, después de que nos tomáramos de las manos y agradecieramos al público por los aplausos que inundaron toda la sala. Después de que salimos.

Justo ahí, en ese preciso momento. Cuando voy saliendo del anfiteatro y mis ojos se posan en la pequeña chica morena de cabello negro rizado. Se veía tan pequeñita y delicada, era toda una muñequita de porcelana con la piel tostada y unos enormes lentes que hacían sus ojos verse más grandes. Tenía unos blue jeans oscuros y una camisa negra sin estampado, así de simple, y se veía hermosa, mientras que yo, al pasar frente a ella, tenía una camisa holgada de múltiples colores, unos pantalones verdes moho y casi toda la cara pintada de verde, eso es lo que ocurre después de encarnar a un animal. Además que mi brillante cabello color cobre estaba recogido en un perfecto moño.

Así que esa sería la primera impresión que le di. Excelente.

Debido a que no estaba entre el público sino afuera, supuse que iba a presentarse, y recordé que en la mañana el profesor de Teatro nos había indicado que una chica de música se presentaría justo después de nosotros.

Dimos la vuelta al anfiteatro y nos sentamos entre el público, y la vi ingresar junto a un señor al que no recordaba haber visto en mi vida. Luego aquel hombre se presentó como el profesor de Música de la universidad y a la chica a su lado la presentó como Vanessa Morgan.

Vanessa…

En aquel momento mí cerebro unió todas las piezas faltantes en el rompecabezas que se había formado inconscientemente en mi cerebro. Vanessa Morgan. Claro que sabía quién era, pero no la había reconocido por los lentes que distorsionaban ligeramente su cara. Vanessa. Había hablado con ella al principio del trayecto inicial. Tomé su número de uno de los grupos en los que ambas coincidiamos y le envié un mensaje alegando que me gustaba mucho su nombre. Ella me respondió y entablamos unas pocas conversaciones al principio del año pero luego dejé de escribirle y ella no tomó la iniciativa tampoco nunca. Siempre respondía cada vez que yo le escribía pero estuve ocupada y no tuve más tiempo para hacerlo, incluso borré el chat.

LA CHICA DEL SOLFEO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora