1. El Invierno invade la Primavera

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La isla de Printemps, la tierra de la eterna primavera, es una isla ambulante que, en los últimos treinta años ha estado desplazándose, marcando un recorrido de 180 mil kilómetros sin colisionar con tierra firme, atravesando el Mar Lila del noroeste, hasta que el año pasado, hacia pocos meses, llegó al Mar de Invierno, un lugar en el norte, muy alejado de la civilización, dónde se cree que cualquier tierra firme que se pose ahí, pasará un interminable invierno.

En un inicio, empezó a caer una ligera capa de nieve. Pequeños copos que se posaban en las abundantes violetas. La gente no se había preocupado por este suceso, hasta que, cada noche, las tormentas de nieve empezaron, matando a las maravillosas flores e inundando las pacíficas calles de montañas blancas.

Esto causó gran desequilibrio para los habitantes de la isla, haciéndoles desear que el recorrido por aquel infinito invierno terminase para volver a lo que era antes, sin embargo, pocos días después, ocurrieron sucesos que dejó de lado al insoportable frío. Las desapariciones.

Empezó con Ana Lind, una chica de dieciséis años, cuando ella salió una mañana a hacer las compras por su madre sin saber que no volvería a casa. Reportaron su desaparición al día siguiente porque sus padres pensaron que su hija adolescente les estaba jugando una broma. Pasaron los días sin resultado alguno, haciendo búsquedas en cada rincón de la isla, hasta que se llegó a la conclusión de que se perdió en la nieve. Printemps se llenó de luto, aún así, la vida siguió...
Hasta que Michael Hen desapareció, un chico de veinte años que practicaba música en la cochera junto a sus amigos, una semana después, en la otra punta de la isla, una joven de veinticinco años se esfumó sin dejar rastro alguno.

La gente se llenó de miedo y paranoia. Los líderes ordenaron un toque de queda. Todos los habitantes debían estar en sus casas antes de que el sol se pusiera. Aún así, eso no solucionó el problema, no obstante, eso lo redujo.

Y así pasaron dos años.

La gente se adaptó al frío y a las nuevas reglas, al igual que la misma naturaleza, haciendo florecer sus blancas flores de invierno y los largos pinos, acompañados de una gran y diversa fauna que llenó los bosques.

Esto no fue distinto para Harry, que a pesar de que para él fue un cambio bastante duro, se terminó por acostumbrar, de hecho, podría decirse que le gusta. Desde que empezó el invierno, Harry tuvo la excusa perfecta para usar todos los días sus suéteres de lana de colores que su abuela le había hecho. Y aquel martes no era la excepción.

Antes de la llegada del frío, Harry sólo usaba sus suéteres en la mañana, y cuando llegaba a la escuela, tenía que quitárselos porque luego comenzaba a sudar.

Aquella mañana, Harry se puso su uniforme y encima, un suéter tejido con dibujos de uvas. Le quedaba un poco grande, pero eso era lo que lo hacía más cómodo.

Desayunó huevos estrellados con tocino y pan tostado, junto a su madre Anne y su hermana Gemma.

―Ya me voy mamá, ¡gracias! ―anunció justo al terminar de desayunar.

―Con cuidado cariño ―respondió ella.

Harry tomó su mochila del sillón de la sala de estar y salió.

Su escuela no estaba lejos, por eso nunca le molestó tener que caminar hasta allá. Antes le daba igual caminar, pero ahora sentía que le gustaba.

En ocasiones, se planteaba que desde que llegó el invierno, se sentía más feliz, como si la brisa fría y los copos de nieve le dieran un toque más renovado a su vida.

Siguió caminando por las blancas y pacíficas calles, viendo a algunos retirando el exceso de nieve de las calles, a otros caminando a prisa para llegar a sus trabajos, y a niños jugando en el porche de sus casas mientras esperan a que sus padres salgan para llevarlos a la escuela.

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⏰ Última actualización: Apr 03, 2023 ⏰

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