La Llegada De La Luna

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Chuunta Sakuragi, un jounin de cabello rubio y ojos marrones, manifestó su aburrimiento dando un gran bostezo, dicho gesto dejó expuesta su perfecta y alineada dentadura, pues
abrió completamente su boca. Esta gesticulación provocó que sus ojos se cerraran muy fuerte y que una pequeña lagrima se le escapara por el rabillo. Si otra persona hubiese estado presente en ese momento, le parecería muy gracioso esa expresión de desengaño, típica de los dibujos animados.

El joven ninja perdió la cuenta de cuantos bostezos había soltado desde que comenzó su turno cómo portero en la puerta Norte de Konoha.

Sakuragi se encontraba de pie afuera de la caseta de vigilancia, desempeñando su rutina de reconocimiento matutina, la cual iniciaba en punto de las seis de la mañana. Normalmente, a esa hora todavía el sol no se asomaba por el horizonte. En consecuencia, la visibilidad era muy pobre, aunque al ser una área remota no es que existiera mucho que ver realmente. A donde dirigiera su mirada solamente había árboles y montañas a la redonda, asimismo las probabilidades de ser testigo de un movimiento sospechoso era casi cero.

La puerta norte de Konoha, o puerta Suzaku, se ubicaba a un costado de las montañas, a unos 100 metros de donde estaban talladas los rostros de los anteriores Hokage.

Por su localización poco accesible, el tránsito por dicha zona era casi nulo, los ninjas preferían entrar por la puerta sur, custodiada por Izumo y Kotetsu, un acceso mucho más rápido, menos empinado y que no implicaba bajar múltiples escalones para llegar al ras de la calle.

Nadie en su sano juicio realizaría un gran esfuerzo para entrar a la aldea, teniendo a su disposición otra vía pública mucho más cómoda.

Por ese motivo, Chuunta estaba aburrido, cansado de no dormir y harto de tener que vigilar un lugar dónde nunca pasaba nada. Ni siquiera le asignaban un compañero de trabajo, con el cual pudiera conversar para hacer menos tediosa la jornada, pese a que recientemente ocurrió un incidente con un gennin que desertó. Las mismas autoridades no veían necesario enviar más personal.

Ahí de pie, como estatua inmaculada, se hallaba el pobre Chuunta observando un horizonte vacío, por el cual ni un alma se manifestaría. De pronto sopló un viento otoñal sumamente frío, como era de mañana las bajas temperaturas se hacían presentes fácilmente, provocando que el ninja custodio se estremeciera de la cabeza a los pies. Concluyó que lo ideal seria retornar al cálido interior de la caseta de peaje, ya que contaba con calefacción, preparar un café y abrigarse con una gabardina café que tenía guardada.

Dio media vuelta con el fin de echar en marcha su plan, cuando de pronto una extraña y espera niebla se hizo presente, rodeándole rápidamente, produciendo un pequeño sobresalto en el portero.

Condición climática por demás anormal, unos segundos bastaron para que la desgracia abrazara al pobre y desafortunado Chuunta. En el instante en que regreso su mirada al camino, que minutos antes estuvo vigilando, se topó con un par de ojos dorados que lo miraban desde la niebla.

No tuvo tiempo de defenderse mucho menos de gritar, simplemente cayó desmayado al suelo, como si un rayo lo hubiera alcanzado.

El viento silbó, testigo mudo del ataque al ninja, acariciando con su gélido aliento la ropa del soldado caído, que daba la impresión de estar muerto. La niebla se disipó tanto por la salida del sol mañanero como por la aparición del culpable de aquel fulminante ataque, un tipo que vestía una larga capa negra con capucha, con la cual se cubría su cabeza y rostro a la perfección.

El encapuchado se arrodilló al lado de su victima, tal vez iba a robarle sus armas ninjas o a terminar el trabajo quitándole la vida con una puñalada.

-Lo siento-murmuró el desconocido con una voz serena y cordial, como si de verdad estuviera brindando una disculpa sincera al ninja abatido.

Comenzó a halar el cuerpo del inconsciente Sakuragi en dirección a la caseta de peaje. Mientras realizaba dicha tarea con una sola mano, se creó un zurco en el piso, ya que los pies se arrastraban por la superficie debido al movimiento.

Efecto MariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora