Kona era una enanita bastante simpática, no mucho, pero simpática. Vivía alegre en su casa seta, en medio de un espeso y tierno bosque y acompañada de sus animalitos favoritos. Los árboles estaban pintados de todos los tonos de verde existentes, muchos de ellos ramificaban en bulbos rosados y amarillentos que dejaban alfombras de pétalos en los pies de los troncos. Al lado de su seta casa, un riachuelo alegre que tintineaban al pasar hundía toda la zona de un olor húmedo y agradable. Delante de su casa seta, con techo abobado y rojo y de paredes blancas, se extendía un pequeño jardín lleno de flores y plantas de todo tipo, casa y diversión de muchos insectos y animalitos que ondulaban y saltaban por los alrededores.
Kona se divertía mucho en su casa y alrededores, ciervos, pájaros, conejos y ranas eran sus amigos y aún y que los vecinos más cercanos se encontraran a kilómetros, a ella ya le bastaba estar acompañado de semejantes seres.
La vida de Kona pasaba sin más, lavar, ordenar, colgar, cocinar, pasear y jugar, eran la rutina diaria de esta diminuta criatura. Aún así, Kona tenía un defecto, era muy cobarde. No salía por las noches, los búhos le asustaban. Las noches de tormenta eran un suplicio y los aullidos de los lobos eran una pesadilla. Pero a lo que más miedo le tenía Kona era a los cambios y dar el paso para cambiar. Su vida debía pasar siempre igual, con la misma velocidad y los mismos personajes, nada más.
Y así pasó la vida.
Una mañana como todas, Kona salió al riachuelo para lavar unos calcetines. Mientras volvía cantando por el riachuelo el cielo empezó a oscurecerse. Los cielos se taparon del gris más oscuro y todo pareció perder el color. Asustada Kona salió corriendo hacia su casa pero antes de poder entrar ni siquiera en el jardín, una ola expansiva la echó hacia atrás y la encastró hacía un árbol provocando que se desmayara.
Cuando Kona abrió los ojos todo parecía igual. Su casa, el bosque, las flores, el río, todo. Se levantó molesta por el sol que le escocían los ojos y se dirigió hacia casa. Se sentó en su sillón color fresa con un vaso de agua y se preguntó que era lo que había pasado justo hacía unos minutos. Intentó cerrar los ojos unos minutos para poner su mente en orden pero un sonido hueco procedente de la pared de atrás del sillón le hizo saltar del asiento. Se giró y se quedó mirando el pequeño reloj de cucú de la pared. Marcaba las doce, el pájaro rojo brillante había salido a dar la hora... pero no hacía ruido. Fue en ese momento que se dio cuenta que no había sonidos a su alrededor. Bueno, en realidad si lo había, lo que no había era la sinfonía característica de cualquier tipo de sonido. Se oían el crujir de las hojas, los pasos de los animales y el borboteo del agua lamiendo las piedras, pero nada más. Ni el silbar del viento, ni los cantos de los pájaros, nada ni nadie desprendía la mínima sinfonía. Kona salió al jardín sin entender nada, encima de una hoja de tulipa se posaba un grillo silencioso y por el suelo los pájaros comían gusanos sin hacer el mínimo ruido.
Si entender nada y presa de la incertidumbre, Kona empezó a andar siguiendo el camino que llevaba a los más profundo del bosque. En total silencio, Kona buscaba hasta la más mínima sinfonía, cantar o melodía. Pero nada. Siguiendo el borde de un fresco riachuelo anduvo y anduvo como encantada por el bosque hasta que unos golpes secos le hicieron voltear hacía lo que parecía una gran descampado.
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FANCY UH; una historia intrepida
AdventureEn muchos momentos durante la vida nos encontramos en situaciones totalmente inesperadas, fruto de la coincidencia más severa y graciosa del cosmos. Momentos que abren, en la vida de uno, la puerta de no retorno hacía un camino totalmente diferente...