Capítulo 1

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 Sam abandonó la casa de su hermana por primera vez en semanas para acudir a su primer acto oficial tras reclamar el escudo de vibranium como suyo. Sarah estaba ocupada, y él prefería ir en su propio coche hasta Washington, de modo que le preguntó a Bucky si estaría dispuesto a acompañarle y a ayudarle a repasar su discurso en el camino.

Bucky estuvo de acuerdo. Se sentó en el asiento trasero y le preguntó a Sam si podía subir el suyo. Sam se echó a reír, negando con la cabeza, y abrió la puerta delantera para invitarle a ocupar el asiento de copiloto. Estuvieron alternando playlists, mostrándose música el uno al otro, enriqueciéndose mutuamente de canciones. Había algo muy íntimo en mostrarle melodías que para ti significaban un mundo a otra persona, y era todavía más íntimo cuando la otra persona asentía tus palabras y te miraba a los ojos, porque no había ninguna duda de que estaba escuchando, con toda la intención. Era un acto casi comparable a abrirse el alma para permitir al otro que la leyera. Además, era divertido. Tanto que Sam se olvidó por completo de ensayar el discurso que debía dar tan solo unas horas más tarde, en el capitolio.

-Lo harás bien-le aseguró Bucky, con una sonrisa-. Se te da bien improvisar...Te dije que solo había escuchado lo de "un hombre negro con un traje de barras y estrellas...", pero lo escuché todo...De verdad, sé que lo harás genial, Sam...

Sam le devolvió la sonrisa, bajó los ojos y volvió la vista a la carretera. Quizá murmuró un "gracias", que Bucky no llegó a oír. Las cosas habían cambiado, porque sonreír era fácil otra vez. Había muchas cosas que todavía le costaban, pero casi tenía la certeza de que estaría bien, y Sam personificaba, en cierto modo, aquella certeza.

Había una pequeña congregación frente al capitolio. Personas de tez blanca, gritando con pancartas en mano, entre las que resaltaba una diciendo que "aquel no era su capitán América". Bucky tragó saliva. No le daban miedo, y sabía que a Sam tampoco. Sam ni siquiera miró en aquella dirección, se limitó a pasar entre ellos, ajeno a los insultos que escupían a sus pies. No, no le daban miedo, pero se le atravesaba en la garganta aquel odio sin sentido. 

Hacía muchas lunas, el doctor Erskine había elegido a Steve Rogers por ser un buen  hombre, antes que un perfecto soldado. Sam era un buen hombre. Era justo, generoso y humilde, y no tenía miedo de decir la verdad. También era un buen soldado. No había razón alguna para que lo denostaran, pero lo hacían. Él no podía entenderlo ni vivirlo como lo hacía Sam, como lo hacía, lamentablemente, Isaiah Bradley. Pero sí entendía la maldad y el odio, y quizá por eso puso su mano en el hombro de Sam, y le miró a los ojos. Su amigo pareció comprender su intención, y le dedicó una sonrisa leve, encogiéndose de hombros. Ciertas personas no podían ya cambiar, pero él sí podía cambiar las cosas y, en la medida en que le fuera posible, iba a hacerlo. Los Estados Unidos de Sam Wilson, capitán America, iban a ser un poco mejores...Bucky también creía y confiaba en ello. Confiaba en él.

El discurso fue televisado en todo el país, y también internacionalmente, y las reacciones fueron positivas. Bucky no había tenido dudas de la capacidad de su amigo, pero lo observaba desde la primera fila, con su sudadera y su gorra, para tratar de pasar desapercibido. Estaba sonriendo, casi temblando, y con los ojos húmedos. Sam hablaba con convicción, con sensibilidad, y creía en lo que predicaba, y estaba más que dispuesto a hacerlo realidad. Era tan auténtico que casi le hacía estremecerse.

Sin duda no era más que una sana admiración.

De nuevo, no quería darle demasiadas vueltas a lo guapo que se veía Sam, con el traje de barras y estrellas, y las alas plegadas en la espalda. 

Durante la recepción que tuvo lugar poco después, Bucky quiso mantenerse al lado de Sam, pero no pudo hacerlo. Su amigo estaba siendo retenido por senadores y periodistas, rodeado de flashes de cámaras, y de micrófonos. La clase de cosas que él quería evitar a toda costa.

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