XVI Presente

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—¡Es de locos!


—Lo único loco es el tiempo, André. No importa lo que haga siempre corre más rápido. Durante años intenté alcanzarle el ritmo, inclusive detenerlo, pero no hay caso —dije.

Los hermanos intercambiaron miradas pensativas. Rita consumió un paquete de cigarros enteros, también fue a la máquina expendedora una vez más. Había traído un paquete de galletitas, una caja diminuta con pastillas de menta y un paquete de gomitas coloridas y largas como gusanos. Intento convidarme esta última, pero me negué.

¿Dulces con forma de gusanos? Me resulto impensable y asqueroso, pero ingenioso.

—No quise interrumpirla antes, pero es mucho que digerir —André jugueteaba con su birome.

—¿Qué le enseño Devanna señora? —indagó Rita sin una pisca de vacilación.

—No puedo creer que diga esto, pero vamos por partes hermana, empiezo a marearme en la historia —André se rasco la sien con el birome. Estaba por preguntarle acerca de...

—¿Entonces quién era la anciana? —interrumpió Rita, su hermano le arrojó una mirada asesina.

—Podría responder eso, pero le quitaría la gracia al relato. Sobre todo, a una parte en particular —dije mientras metía una pastilla de menta en mi boca, por suerte no hacía falta morderla. El sabor me era familiar excepto por una parte moderna de lo que sería un ungüento de hierbas y menta.

—Usted menciono algo sobre la señora Brown, dijo que el hijo del Reverendo era muy parecido. ¿Podría ser cierto? —dijo André.

—Déjeme hablar en su lengua, los que viven según la naturaleza pecaminosa no pueden agradar a Dios —hable lento. Y el Reverendo Gilabert carece del agrado del señor, se lo aseguro.

—¿A qué se refiere? —murmuró la chica sacudiendo la cabeza.

—Resulta ser que el Reverendo guardaba secretos, algunos muy oscuros y perversos si eso responde tu pregunta.

Ninguno dijo nada, el silencio respondió por ellos revelando desagrado total en sus ojos ante la idea. Aproveche el momento para observar el reloj, marcaba las tres y media de la tarde.

Corres muy rápido viejo amigo, pensé.

—Entonces usted y el hijo del Reverendo se hicieron amigos...—dijo André.

—Así es y muy buenos, algunos días merodeaba fuera de mi casa con el resto de sus amigos, esperando a que saliera. A veces se animaba a golpear la puerta y Eda lo recibía más que alegre, al cabo de unas semanas me sorprendí buscándolo durante las misas.

—¡Que tierno! —suspiró Rita. Es increíble que ese niño allá sido tan..., bueno pensaba por el mismo, no se dejó guiar por el padre.

—Querida, cualquier alma puede corromperse, hasta la más benevolente.

Mientras nosotras hablábamos de cómo había sido Vermeth de niño, André atendió a uno de sus oficiales a cargo en la puerta, pude escuchar lo suficiente como para entender de qué conversaban, no encontraban dato alguno. Mi fecha de nacimiento, dónde había nacido, crecido y estudiado. Nombres de familiares o teléfonos al cual comunicarse.

Estando sentada contándoles mi vida era lo único que corroboraba que existía.

—Entiendo, gracias oficial Carlos —dijo André. Cerró la puerta y retomó su asiento. Perdonen señoritas.

Asentí. Con la fuerza que me quedaba, tomé cada brazo de la silla y me puse de pie, a pesar del dolor que me recorrió la columna vertebral me las ingenié para acercarme a la ventana de la oficina sin aceptar la mano de ninguno de los dos en el camino. Al observar el cristal, me estremecí un poco. Muchos recuerdos, me traía muchos recuerdos. Frente a mi había un precioso parque verdoso con familias jugando y parejas paseando, algunos perros atrapaban la pelota que lanzaba sus dueños y algunas niñas jugaban a girar formando una ronda grande tomadas de las manos.

—En otro tiempo con otra gente podía haber sido la plaza de Birch.

—¿También se reunían familias a pasar el dia? —preguntó Rita tironeando un gusano de goma entre sus dientes.

—Si con pasar el día se refiere a realizar juicios y festejar cada hoguera, sí... —moví la cabeza de lado a lado haciendo crujir mi cuello como madera seca. Pero si, algunos niños jugaban en aquel entonces también.

André se tomó de la cabeza y comenzó masajear la cien, su hermana tomó de su bolso una tira de pastillas y se la propino. Él se limitó a negar con la cabeza.

—Señora Harlow ¿podría pedirle algo? —dijo el oficial García. Se encontraba a mi izquierda, la ventana estaba a unos pasos de él.

—¿Qué desea?

—Podría demostrar sus..., cualidades. ¿Algún hechizo? Realizar algún ritual pacífico o preparar, no sé..., ¿algún ungüento? Quizá pueda quitarme este dolor de cabeza.

—Oh... La realidad es que no, lo siento mucho. Entenderá que estoy demasiado anciana y cansada —dije señalando su escritorio. Además, esas capsulas hacen efecto más rápido.

André no se molestó en ocultar su desilusión, tomo la tableta y saco una de las pastillas, por primera vez en el día bebió un buen vaso de agua.

—Cuéntenos sobre el hombre que mató a su esposa y a su hijo —dijo Rita mientras abría otro paquete de cigarros.

—El señor Brown hizo lo que creyó correcto, en tiempos de fe ciega y miedo. Cuando encontró a su mujer junto a Eddie comiendo manzanas solo pudo verlos como pecadores, creyó que habían caído en algún hechizo, los vio como brujos. Sobre todo, a su esposa según explico y, por ende, su inocente hijo fue amamantado con indulto puro —respondí.

—Es horrible pensar cómo eran las cosas antes, tantas muertes y juicios sin pruebas —André descansaba la nuca en el respaldo de su silla.

Clic. Clic. Clic.

Sonó el encendedor bajo el dedo de Rita.

—Jovencita, eso va matarla.

—De algo hay que morir, señora Harlow —respondió encogiéndose de hombros. Ambos la observamos dar su primera pitada en silencio, André intercambio una mirada conmigo y asintió para que prosiga.

—Queridos espectadores, espero que les allá gustado la historia hasta ahora —dije girando con lentitud y gran dificultad. A partir de esta parte todo irá cuesta abajo.

—¿Puede ponerse peor? —dijo André con voz rasposa, Rita parpadeaba incrédula.

—Usted no se imagina cuanto...

Miré el cielo por la ventana, el sol se escondía tras las nubes, danzaba con ellas indeciso. ¿Sería uno de esos días? ¿O no?

Confesiones de una brujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora