XXI Presente

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—Lamento lo de su madre.

—No se preocupe jovencita, jamás la conocí —le respondí a Rita. La hermana del oficial se ató el pelo en un rodete alto, su hermano se la pasó de pie junto a la ventana el resto del relato. Los últimos minutos estuvo bastante callado, cada tanto se giraba para vernos, pero retomaba rápido la vista al frente. Era como si pudiera ver en aquella plaza, en centro de Birch.

Y quizá así era.

—Si las cosas hubieran sido diferentes, habría sido raro que su madre caminase en el pueblo mientras que usted y Eda actuaban como madre e hija ¿no cree?

—Tiene toda la razón —dije, mientras me dirigí al oficial. André, ¿Por qué no comparte sus pensamientos?

Se lo veía agotado como si hubiera estado atareado toda la mañana en vez de escucharme, arremango las mangas de su camisa hasta el codo, lucia más suelto de su cargo profesional. También había liberado su cuello desajustando los botones de la misma.

—Pensaba que debió ser difícil para ellas vivir sin poder mostrar libremente lo que sentían, las habrían colgado como mínimo —dijo retomando su lugar en la silla.

—Quizá, pero ellas eran libres a su manera, créame.

La puerta se abrió de golpe, entró un oficial barbudo y bastante más alto de André. Su placa decía Carlos, tras él se escuchaban gritos y golpes estruendosos.

—Señor André lo necesitamos de inmediato.

André no dudo un segundo, atravesó la puerta junto con Carlos dejándonos solas, parecía que habían atrapado ladrones según los gritos. Rita arrastró su asiento para acercarse a mí hasta que nuestras rodillas se encontraron.

—¿Quiere más agua? ¿Señora?

—Creo que bebi suficiente para una misma vida, pero gracias —respondí. Su ceño se frunció, dejó la jarra en la mesa.

—Quiero saber, ¿pretende contar toda su historia?

—Bueno, ese es el plan. Espero que no se demore tu hermano, no quisiera morir en esta silla esperando —sonreí.

—¿Dónde estuvo?

—No comprendo su pregunta, pequeña.

—Me refiero a que de dónde vino, dónde estuvo antes de llegar al departamento de policías —Rita estaba tensa, su mandíbula apretada.

—Ah bueno en ese caso, estaba dando un recorrido por el barrio, los cambios por los que pasó son increíbles, esta precioso, aunque algo extraño a mis ojos, claro.

—Entonces es verdad, estamos en Birch —dijo cubriéndose la boca, atónita.

—Esto no es Birch tesoro, eso quedó en el pasado. Ese pueblo injusto, venenoso y sádico murió muchos, muchos años atrás.

—¿Sádico?

—¿Aun tienes dudas? Después de todo lo que les conté —resoplé. Lo que había empezado como juicios a personas, mujeres en su mayoría que eran diferentes, terminó siendo un mero espectáculo. Los pueblerinos ansiaban la próxima condena. Y con el tiempo fueron más creativos, incinerarlas en una pila de maderas ya no era suficiente.

—Pueblo chico, infierno grande —murmuró Rita.

—Me agrada la frase, la tendré en mente se lo aseguro. Quizá la use en otra vida —observé tras el vidrio de las paredes, había varios oficiales reunidos conversando con dos jóvenes esposados. Tenían varios golpes en el rostro y la ropa ella girones, Rita se puso de pie para observar la situación, a su hermano.

—Usted dijo que las cosas empeorarían, pero parece todo lo contrario —indagó.

—¿Nunca escuchaste la frase, "la calma antes de la tormenta"?

—Aja.

La joven se quedó en silencio mirando a través del vidrio, sola con sus pensamientos. Verla de pie erguida, la postura de una mujer confiada de sí misma me recordaba a Eda. Y quizá también a una Harlow adulta, una que tardó mucho en quererse y valorarse, la que tomó malas decisiones por odio y venganza. Y por todo eso se quedó sola y olvidada.

—¿Puedo preguntar por qué hace esto? —susurró sin quitar los ojos del vidrio.

—Porque es mi último deseo querida, espero lo comprendas. Ahora, podría pedirte que traigas a André, por favor —Rita volteo bruscamente, su rostro expresaba demasiadas emociones para enumerarlas.

—Sabe a qué me refiero. ¿Por qué hacer esto? —me señaló.

—Por favor, trae a tu hermano. Deberías entenderme, no me queda mucho tiempo.

—No, no quiero comprender nada, no quiero que termine su...

—¡Rita! —grité, ella se tensó de pies a cabeza, arrepentida por haberme hecho elevar el tono de mi frágil garganta. Sus labios se apretaron reprimiendo sus palabras. No te atrevas a cuestionarme, si no es ahora, algún día lo entenderás —dije terminante.

Comenzó a caminar con los puños cerrados, a medio camino se detuvo en la puerta observándome apenada.

—Si, mestra.

Confesiones de una brujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora