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El ocaso en el horizonte de las lejanas casas, era señal de que la jornada escolar ya había culminado, y llegando de poco en poco, los padres extenderían los brazos para ir a recoger a sus niños del resguardo de las mujeres encargadas de atender ese preescolar...

Pero, en esa época del año, las maestras encargadas disfrutaban de tener bajo su cargo a los practicantes, que en su mayoría eran jóvenes mujeres, mas hoy en día no había rareza alguna en que un hombre se incluyese dentro de ese círculo.

Tal caso era el de Reki Kyan, un chico de 20 años, cabellos rojizos, piel levemente bronceada y ojos ámbar, un practicante que adoraba y admiraba a todos los infantes, porque ellos le mostraban lo que era tener un verdadero amor hacia las personas o enseñarle la mas pura de las inocencias, brillando en los grandes y redondos ojitos de esas pequeñeces.

"_¡Reki!_". Gritaron su nombre por el pasillo, asustándolo por haberse sumergido dentro de sus pensamientos.

El muchacho tambaleante se levanto del suelo y corrió a donde lo llamaban.

"_En que puedo ayudarle Hasegawa-san_". Respondió curioso, parándose al frente de una mujer de cabellos castaños, quien era la directora de ese establecimiento.

"_La verdad es que no quería molestarte... pero necesito que me hagas un favor..._". Chillo apenada la mujer, señalando uno de los salones principales de la institución. El pelirrojo sin comprender mucho se asomo cautelosamente, alcanzando a ver a dos pequeñines, uno de cabellos azulinos y el otro de cabellos negros, quienes parecían estar ignorándose o simplemente no tenían interés uno en el otro. "_¿Podrías cuidar de ellos por unas cuantas horas?... Te aseguro que no te causaran ningún problema_". Junto sus palmas pidiendo disculpas.

"_Sabe que puede pedirme lo que quiera, pero......¡Por favor, no incline su cabeza!_". Pidió el oji ámbar nervioso.

"_¡¡Te lo agradezco mucho!!... y te prometo que vas a tener una buena recompensa_". Dijo quitándose la bata característica de una educadora, mientras sacaba las llaves de su auto. "_Por cierto, el pequeñito de ojos azules es mi hijo, se llama Langa y el que tiene ojos de color verde, es Tadashi_". Agrego, antes de salir por la puerta. "_¡Cuídalos con tu vida!_". Fue lo ultimo que alcanzo a escuchar, antes de que cerrara; dejándolo solo con esos infantes.

"_¡Bien!_". Aplaudió con entusiasmo y bufo con orgullo. "_Tengo que hacer un buen trabajo_". Se dijo así mismo, entrando al aula, llamando la atención de amabas miraditas curiosas. "_¡Hola, Tadashi, Langa_". Saludo, acercándose despacio a los dos niños. "_Me llamo..._".

"_Deki..._". Completo la oración Langa.

Asombrado el pelirrojo asintió con la cabeza, pero no pregunto mucho más, ya que era obvio que ese niño había escuchado de su madre, quien era él. "_¡Exacto!... Me llamo Reki Kyan... Pero pueden decirme Reki-sensei o solo Reki_". Agrego sentándose frente a los otros dos.

Llegando a ese punto no sabia que hacer, puesto que ya todo se "suponía" que debía planearlo con anterioridad; suspiro nervioso al ver la mirada de expectativa de ambos sobre su figura.

"_Quieren dibujar algo..._". Sugirió, pero ninguno de los dos niños quería hacerlo, entonces cambio de estrategia. "_¡¿Quieren que juguemos con los bloques?!_". Y de nuevo recibió miradas desaprobatorias. "_¡¿Un dulce?!!_". De su bata saco dos grandes paletas de caramelo, inmediatamente el peliazul asintió repetidamente la cabeza, a la expectativa de obtener ese dulce; por el contrario, el pelinegro titubeo en decir que lo deseaba, una reacción que extraño al mayor. "_¿No lo quieres Tadashi?_". Insistió con una amplia sonrisa, el niño movió su cabecita negando, casi reprimiendo su impulso de decir que "sí".

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