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—Sal de encima, Aidan —le grité

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—Sal de encima, Aidan —le grité. Se lanzó sobre mí cuando no le presté atención. Ya no podía seguir viendo televisión tranquila—. ¡Que salgas!

No me dijo nada. Y tampoco se levantó.

Me estaba aplastando el muy idiota y no hacía nada más que mirarme con calma. Al final le di con mi rodilla en la entrepierna y ahí sí que me dejó en paz. Cayó al suelo con un golpe seco, se puso a gritarme mil incoherencias, que era una desgraciada y la peor amiga del mundo, todo eso cubriendo a su "Amigo Aidan" con las manos.

—Eso te pasa por no dejarme ver televisión. Si querías sentarte, había mucho espacio en el sofá.

—¿Era necesario golpear mi orgullo? — me preguntó en un hilo de voz. Comencé a reír desenfrenadamente, cada vez que Aidan ponía esa voz era inevitable no aguantar la risa, y eso se daba sólo en dos ocasiones: Cuando lo golpeaba en la entrepierna y cuando se acostaba con una chica y se ponía a gritar como si la vida le fuera en ello —.

—¿Era necesario que te sentarás sobre mí? — me fulminó con la mirada desde el suelo y bufó. Volví a reírme en su cara, tenía las mejillas sonrojadas por el dolor. No me reprimí al golpearle, le di con todo —.

— Tráeme hielo —me ordenó. Puse mi pie sobre su cabeza y lo moví de un lado a otro, negando con éste —.

— Con ese tono no te traigo nada.

— ¡Tráeme hielo! — gritó, pero le dediqué una mirada que decía que con ese humor no conseguiría nada — ...por favor — farfulló finalmente —.

— Ves, un poco de amabilidad no te matará.

— Lo que sí me matará es el dolor si no te apuras — seguí riendo hasta que llegué a la cocina. De allí saque una bolsa de hielo del refrigerador y le grité a Aidan:

— ¡¿Quieres el hielo así tal cual o te lo llevo en una bolsa?!

— ¡Sólo tráelo!

Una de las cosas que más me gustaba hacer era fastidiar a Aidan. Lo hacía todo el tiempo, en la mañana cuando despertaba y le gritaba en el oído como si fuera un despertador, al mediodía cuando se arreglaba para salir y le escondía la ropa, en la tarde y me llevaba el auto y no volvía hasta bien entrada la noche, haciendo que se atrasara para sus citas.

Aidan era un estúpido, eso lo tuve claro cuando lo conocí en la escuela. Se acostaba con cualquiera. Lo peor es que yo también lo era.

Teníamos cierta tendencia a rechazar las relaciones que duraran más de un mes, también a ir a fiestas muy seguido, tener el departamento desordenado y vivir del dinero que nos mandaban nuestros padres.

— ¡El hielo! — volvió a gritar. Salí de la cocina corriendo y cuando llegué al living, me tiré de rodillas al piso y me arrastre hasta el lado de Aidan como si estuviera en la pasarela de un escenario en un concierto de rock —.

𝐒𝐄𝐗 𝐑𝐔𝐋𝐄𝐒 | 𝐀. 𝐆𝐚𝐥𝐥𝐚𝐠𝐡𝐞𝐫 ¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora