Permite Sanar Tu Corazón [Adrinette]

༺Capitulo 5༻

Nino caminó apresuradamente, siendo seguido por varios guardias, cruzó todo el palacio en cuestión de minutos, hasta que llegó a la entrada del lugar, viendo a los dos guardias parados esperándolo.

—¿Están seguro de que fueron el Rey y la Reina?— Preguntado con la voz sería.

—Sí señor, pasaron cabalgando, no hubo tiempo de preguntar adónde iban.— resopló Nino, aún más enojado y preocupado que antes. —Fue antes del cambio de turno, señor, creemos que habrían regresado, solo nos enteramos que no hay rastro de los dos cuando regresamos al palacio.

Nino apartó los ojos del castillo, el sol brillaba en lo alto del cielo, habían pasado horas desde que estaban buscando al Rey y la Reina sin la menor pista de dónde estarían los dos. Era preocupante, Adrien nunca salía del palacio sin guardias ni siquiera sin advertir dónde estaría. Escuchó a alguien decir a su espalda que habían encontrado algo, se volvió y vio en las manos de uno de los guardias una fina cubierta, pero la costosa tela no dejaba nada duda de dónde venía, pertenecía al Rey.

—La encontraron a las orillas del río.

—Envía hombres, recorre todo el río, aunque tengan que cruzar el mar, encuentren al Rey.

—Señor.— Uno de los guardias habló en voz baja. —No creo que sea necesario.

Desde la distancia se podía ver al Rey y la Reina caminando lentamente hacia las puertas del palacio de cristal. Adrien traía los caballos ensillados que caminaban pacíficamente a su lado, ambos estaban empapados, sus ropas goteaban en el piso. Si alguien decía que venían de haber nadado, eso sería imposible de creerlo. Pero no, caminaban despacio mientras la Reina gesticulaba emocionada sobre algo.

Adrien y Luka caminaron por los pasillos del palacio, hablaron sobre el posible, o no, aumento de impuestos. Adrien particularmente pensó que era una exageración, pero sabía que se estaba formando un conflicto en la frontera norte y tenía que tener fondos si había realmente una batalla por venir. El Rey se estiró y siguió caminando solo hacia los aposentos reales, vio de lejos a los dos guardias parados en la puerta, no los saludó, solo abrió la puerta y entró. Las ventanas estaban todas abiertas, lo cual no era normal, Marinette, por lo general, las mantenía cerradas por la noche, pero era gracias a la luz de la luna que bañaba la habitación que podía ver con claridad. El cabello azabache estaba esparcido por el piso, una bandeja con los trozos de vidrio roto alrededor de su cuerpo, el vino tinto manchado la tela ligera de su vestido.