Capítulo 2
Dio unos firmes toques en la puerta y esperó por una respuesta.
—Adelante. –La voz del otro lado sonó viril, totalmente poderosa, pero sobre todo, por alguna razón, excitante.
Desechó rápidamente ese pensamiento. Tenía que concentrarse, no podía perder el tiempo en un hombre, después de todo... ella sabía como terminaría todo si lo intentaba, y no podía arriesgar su puesto de trabajo por una estupidez como esa.
Decidida abrió la puerta del despacho de su jefe y con paso firme ingresó. Inconscientemente se aferró a su pequeña libreta como si esta fuera un escudo y pudiera protegerla.
—Por favor tomé asiente señorita Dordove.
Morgan se obligó a si misma a recorrer los pasos que la separaban del escritorio de ese intimidante hombre, por lo general trataba de evitar a los hombres de su estilo, serios, perturbadoramente sexis y con una confianza a en sí mismos que rayaba en el ego.
Con delicadeza tomó asiento frente a su jefe y se obligó a hacer contacto visual con él por un par de segundos antes de desviar su mirada de los profundos ojos grises del aludido.
—Quiero reconocerle señorita Dordove que ha hecho un estupendo trabajo estos días que me he encontrado fuera de la ciudad, y solo puedo decir que espero que eso siga tal cual hasta ahora. No soy un hombre que tolere los errores, y especialmente cuando estos se repiten más de dos veces, ¿comprende?
Morgan tuvo que morderse la lengua por un par de segundos para evitar una respuesta mordaz, odiaba a las personas prepotentes.
—Por supuesto señor Esposito. –Se felicitó mentalmente porque su tono no dejó ver rastro de nada en él.
—Bien, teniendo ese punto claro esperó que nos ahorremos malos entendidos en el futuro. Ahora por favor quiero que lea mi agenda para el día de hoy.
Sin mas la rubia procedió a leer la agenda de su apuesto jefe frente a ella, tachó algunas citas y anotó en reagendarlas, así como agregó algunos pendientes en los que tendría que ponerse a trabajar cuanto antes.
—Puede retirarse señorita Dordove.
—Sí señor. –Apenas había dado los primeros pasos cuando volteó a ver a su pelinegro jefe, había vuelto su mirada al computador, pero seguramente habría sentido la suya fija sobre él porque alzó la vista en cuestión de segundos.
—¿Sucede algo señorita?
—Yo... bueno... es que...
—Hable claro, de lo contrario retírese, no soporto que me hagan perder mi tiempo, a comparación del de otras personas el mío vale unos miles de dólares por hora.
No sabía que había detestado más, si su estúpido comentario o la sonrisa prepotente que se había extendido por sus carnosos labios.
—Hay varios expedientes que no se encuentran completos señor, y...
Ni siquiera pudo terminar de explicarse cuando la sonrisa burlona en los labios del pelinegro había mutado en una mueca, y luego había sido mordida por sus ácidas palabras.
—No le pago por acomodar expedientes que seguramente ya se encuentran cerrados señorita Dordove, de lo contrario ni siquiera podría tener acceso a ellos, así que será mejor que deje de perder el tiempo sino quiere acomodar los expedientes de alguna biblioteca en lugar de trabajar en mi bufete.
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Mi pequeña rebelde
Roman d'amourAlgunas veces tenemos que perderlo todo para volver a vivir, y ese es el caso de Alessandro Esposito, reconocido y aclamado hombre de negocios, con una carrera y trayectoria brillantes que harían pensar a cualquiera que lo tiene todo, pero hace much...