Capítulo 5
Apenas podía pensar, sentía que sus pensamientos iban a mil por hora, revolucionados, traicioneros, oscuros... querían hundirla, y lo estaban consiguiendo.
Joder, no le había dicho nada a su hermana de la pequeña platica que mantuvo con su padre el sábado, si lo supiera la insultaría de mil formas distintas por haber confiado tan ciegamente en las buenas intenciones de un desconocido. Y es que mierda, algunas veces se odiaba inmensamente a ella misma queriendo siempre hacer lo correcto y todo eso.
Sus manos se movieron inclementes sobre el teclado transcribiendo las últimas notas a un expediente.
—Señorita Dordove a mi despacho. –Apenas fue consciente de que el atractivo dios del inframundo había salido de su santuario personal y la estaba viendo fijamente antes de que ladrará su siguiente orden —:Ahora.
Podía sentir la mirada de los pocos que trabajaban en esa área con ellos, buitres sádicos que esperaban el momento de verla caer. En verdad odiaba a los abogados, no los soportaba, después de esto nunca más volvería a trabajar en ninguna firma.
Tomó su infalible libreta fuertemente entre sus manos, sabrá dios que le pediría el diablo que hiciera ahora. Preparada para la guerra se encaminó a la odiosa oficina de su jefe, en verdad comenzaba a creer que los abogados tenían un fetiche con cero privacidad, esas paredes de vidrio eran espantosas.
—¿Puedo pasar señor Esposito?
—¿Espera que le envíe una invitación para hacerlo? –Evito rodar los ojos ante su estúpido comentario, no estaba de humor para soportarlo más de lo estrictamente debido— Pase y cierre la puerta tras de usted.
Bah, cerrar la puerta como si eso les diera algo de... Estaba segura que su boca estaba completamente abierta cuando vio cómo los vidrios comenzaban a teñirse de un gris tan oscuro que casi podría jurar que eso no era vidrio si no una solida pared.
—Señorita Dordove cierre la boca o se tragara alguna mosca.
¡Suficiente! Ofuscada caminó los pasos que la separaban del imponente escritorio de su jefe y delicadamente se sentó en uno de los mullidos silloncitos frente a él.
—En qué puedo ayudarlo señor. –Abrió su libreta y preparo su bolígrafo lista y eficiente para tomar nota de cualquier cosa que pudiera decirle.
Algo oscuro pareció brillar en los grises ojos de su jefe pero fue tan rápido que no supo leerlo.
—Primero que nada quiero saber con qué tipo de hombres acostumbra salir señorita Dordove. –No estaba segura que expresión tendría su cara pero debía ser de película, ¿qué carajos acababa de preguntarle su jefe?
—Yo... Yo... Bueno por qué... –Cerró la boca ante el montón de tartamudeos que solo estaban saliendo de ella y tomó una honda bocanada de aire—. Con todo respeto señor Esposito eso es algo que no le concierne saber en lo más mínimo.
Acomodo el bolígrafo en el medio de la libreta nuevamente y la cerro, solo por tener algo que hacer con sus manos. Esperaba que ese incomodo momento terminara de una vez y le dijera algo que valiera la pena escuchar.
—¿Enserio? –La sonrisa engreída en el rostro de su jefe la hizo rabiar, qué le parecía tan gracioso a ese bastardo—. Porque yo creo que sí me concierne, y lo hace si tenemos en cuenta que está saliendo con uno de los más grandes clientes de la firma.
Esa información la dejó descolócala, ¿ella, saliendo con un cliente de la firma...? Boqueo como un pez y estaba a punto de salir al ataque cuando el pelinegro se puso en pie y por un par de segundos le recordó a una pantera, poderoso, intrigante, inteligente, pero sobre todo feroz, capaz de acabar con su presa en escasos segundos. Y en este caso ella era la presa.
ESTÁS LEYENDO
Mi pequeña rebelde
Roman d'amourAlgunas veces tenemos que perderlo todo para volver a vivir, y ese es el caso de Alessandro Esposito, reconocido y aclamado hombre de negocios, con una carrera y trayectoria brillantes que harían pensar a cualquiera que lo tiene todo, pero hace much...