Oscuridad. Hacía tiempo que el sol había caído dejando a la ciudad sin luz. Los alrededores permanecían en silencio, callados, descansando en un plácido y profundo sueño. Solo algún pequeño insecto nocturno irrumpia de vez en cuando aquella calma absoluta, pero incluso así, parecía que no existiera ningún habitante en el planeta. Era el tenue brillo emitido por la gran luna que se vislumbraba desde lo alto del mar negro, en el que se había convertido el cielo, y el aparente amarillo de las farolas los que hacían posible distingir las sombras de las construcciones y las formas de los edificios.
Allí, en medio de la penumbra de la noche, un hombre de aspecto joven caminaba a pasos seguros, camuflado entre las esquinas más oscuros, siendo uno con aquel ambiente. La frescura de la brisa acariciaba su pálida piel bajo su vestimenta, de forma atrevida, y peinaba su cabello sin una dirección fija, mas ese gesto no le causo ninguna sensación. Era incapaz de sentir nada.
En ese mismo momento las grandes campanas de la iglesia chocaron entre sí en un golpe seco, provocando un sonido estruendoso y familiar en el pueblo. Repitieron la acción, una y otra vez, hasta sumar doce, anunciando la hora. Los rojos labios de aquel ser se alzaron en una curva satisfecha. Por fin había llegado; era el momento en que los vampiros como él daban comienzo a su caza.George pasó inadvertido entre el resto de la multitud que llenaba aquel recinto esa misma noche. Ante los ojos de los demás tan solo era uno más de ellos.
El vampiro conocía bien a los humanos, pues tras miles de años de convivencia a su lado llegó a la conclusión de que todos eran iguales; egoístas, hipócritas, falsos, manipuladores y decididos a negar todo aquello. No lo reprochaba, no es que los de su especie fueran mejores en ese aspecto, pero al menos ellos no vivían engañados en un mundo de fantasía donde las historias a las que temían se volvían mitos y cuentos de terror utilizados para chantajear a los niños.Decidió mirarse en uno de los amplios espejos que adornaban las paredes de las salas de entrada antes de adentrarse a la principal. En el vidrio no se encontró a sí mismo, únicamente pudo evaluar su vestimenta: sus pantalones de un potente gris oscuro extra slim fit con vistas de seda lucían impecables, al igual que su camisa negra y sus botines y capa del mismo color, aquello junto a una fina máscara azabache que ocultaba parte de su rostro le daba un aspecto misterioso y elegante. El bar en el que se encontraba, de gran privilegio, había decidido organizar un evento de temática mediabal, por lo que su atuendo no destacaba a causa de extrañeza entre los demás. Una de las principales razones por las que había decidido asistir era la melancolía que le traía esa época y la otra se debía a que la idea de la mascara le proporcionaba muchos beneficios a la hora de ejecutar su plan.
Optó por ignorar los crecientes recuerdos de tiempos pasados que comenzaron a inundar su mente y no alargar más de lo necesario su estancia en ese lugar, dirigiendose con confianza a sentarse en uno de los taburetes de la barra. Allí llamó al camarero con un pequeño gesto de mano para pedirle una copa de vino tinto. El vino era de las pocas bebidas de los mortales que podía consumir sin que momentos más tarde se encontrara en mal estado; esto se debía a que los vampiros necesitaban de la sangre para subsistir, para ellos era como el agua para un humano corriente, solo que necesitaban mayores cantidades de ella. Cualquier otro líquido les proporciona rechazo, pero el vino, a causa de la similitud de color y su exquisito sabor, era capaz de engañarlos, aunque no de entregarles la energía que necesitaban.
El alcohol no tardó en serle entregado. Se llevó la copa a los labios y con cierto interés se dispuso a analizar a las personas que se encontraban a su alrededor, buscando a quien consideraba digno de ser su presa. Debía cumplir unas características fundamentales: tratarse de una persona saludable, joven, sencilla de manipular y que hubiese llamado su atención. El hecho de cuál fuera su género no tenía relevancia.
Vio a muchas mujeres elegantes y de gran belleza superficial haciendo mover sus extravagantes vestidos al mismo tiempo que seguían el ritmo de un famoso vals tocado por una orquesta en el centro de la pista, cada una de ellas era consciente del poder que poseía en la sociedad y pareciera que surgieran de una misma copia entre sí. Como se trataba de un baile en pareja, algunos hombres de punta en traje y aspecto adinerado las acompañaban con los respectivos pasos que les tocaban, ellos también seguían las mismas etiquetas y prejuicios. La gente rica siempre era igual; les gustaba demostrar que estaban por encima del resto comprando la ropa más cara y los últimos modelos, adoptando una actitud de superioridad y discriminando a los demás que no pertenecieran a su círculo social, por eso mismo compartían la misma personalidad de fingida amabilidad y empatía. Pero también eran los que mejor se alimentaban y cuidaban, a sí que su sangre poseía un sabor más gratificante que cualquiera, junto a los deportistas. Si no fuera por esto último, George evitaría tener cualquier contacto con ellos, pues detestaba la falsedad que desprendían.
Rendido a encontrarse a la clase de persona que buscaba, se dispuso a ir por cualquiera de ellos hasta que en un último vistazo halló unos profundos ojos verdes que se habían quedado fijados en él. Su propietario era un chico alto, rubio y atractivo, repleto de energía y visiblemente incomodo en aquella estancia. Quizás se le había quedando mirando de más, porque sin darse cuenta se había sentado a su lado y le sonreía con simpatía mostrando su brillante dentadura.
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vampiric deals ; dnf.
Fiksi PenggemarDesde el inicio de los tiempos los hombreslobos y los vampiros habían sido enemigos públicos. No se debía a una razón especial, se trataba de una norma general. George era un vampiro con su vida organizada; Clay era un hombrelobo al que le gustaba v...