Capítulo 3

397 50 16
                                    


El ascensor, como a trompicones, fue chocando con las paredes bruscamente, frenando a cada rato, hasta llegar con fuerza al piso inferior, al garaje, con violencia contra el suelo, y haciéndonos perder el equilibrio a los dos. Cuando recuperé la compostura, miré a Lucas y fui consciente de lo que había pasado: me había vuelto a salvar la vida... jugándose la suya propia. Y eso que solo nos conocíamos desde hacía una hora más o menos.

-¿Estás bien? –me preguntó, preocupado.

-Sí, sí. Creo que sí. ¿Está...? –dije, señalando a la chica-zombie que había tratado de devorarme.

-Parece que sí. Mejor no nos quedamos a averiguarlo, ¿no te parece? –Y, ayudándome a levantarme, porque él ya estaba de pie, salimos del ascensor abriendo las puertas a pulso entre los dos. Suerte que estaban destrozadas.

El garaje, por suerte, estaba vacío. De zombies, quiero decir. Habíamos intentado subir a uno de los últimos pisos y habíamos acabado en el subsótano. Genial. Pero Lucas no parecía preocupado. Iba buscando algo. Sacó de su bolsillo su juego de llaves y presionó un botón. Al fondo del garaje, a la izquierda, se iluminaron los intermitentes de un coche. ¿Tenía coche? Pero, ¿cuántos años tenía?

-¡Vamos! –me apremió y echó a correr en dirección a las luces, mirando de cuando en cuando hacia atrás, vigilando que no nos siguieran. Pero, con el ruido que habíamos hecho al caer, no contaba yo con ello.

-¿Ese es tu coche?

-No, son las llaves de la chica zombie, que vivía aquí y se las he quitado.

-¿En se...?

-¡Obvio que no, Biel! –dijo entre risas y siguió corriendo. Pero yo no pude seguir, porque mis piernas, sin previo aviso, dejaron de tener fuerza y se doblaron, haciéndome caer al suelo, torpe y triste. -¡Qué haces!

-No-no sé. Estoy... estoy cansado... y me duele la cabeza... -dije en un hilo de voz.

-Demasiadas emociones. ¿Puedes caminar?

-Sí, sí. E-eso creo –y me levanté como si nada hubiera pasado, aunque el mareo seguía presente. Le seguí de cerca hasta llegar al coche.

-¿Te gusta?

-¿Eh?

-Mi coche.

-Sí –supongo. No tengo ni idea de coches. Este era blanco, algo viejo y sucio, solo tres puertas y... es que no sé qué más contaros, porque en serio, no tengo ni idea.

Al fondo empezaron a oírse golpes y rugidos. Era cuestión de tiempo que vinieran a por nosotros. Lucas y yo nos miramos y entramos en el coche a toda velocidad. En cuanto él cerró las puertas, una marea de zombies entraron a tropel en el garaje, corriendo en todas direcciones, oliendo el ambiente, buscando con la mirada perdida, la mirada blanca y, a la vez, oscura como la noche. No nos veían. Y si no hacíamos ruido, quizá se fueran. Quién sabe.

-¿Y si nos quedamos aquí quietos sin hacer ruido? ¿Se irán?

-¿Y si no se van? ¿Quieres quedarte encerrado en este coche para siempre? –me retó.

-A ver, para siempre no, pero si no nos ven, puede que se vayan.

Y, haciéndome caso, los dos decidimos quedarnos en silencio un rato, mirando de cuando en cuando por la ventanilla trasera, vigilando que no se acercaran mucho.

-¿Cuál es nuestro destino cuando nos movamos de aquí? –me preguntó. –Ir a mi casa no ha funcionado, como ves.

-Probemos en la mía. Quizá tengamos más suerte. Y a lo mejor mi tío está allí. Él podrá ayudarnos.

El Dia Despues de TodosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora