Capítulo 4

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La oscuridad en los pasillos era total, salvo por algunos rayos de luz solitarios que entraban por las ventanas de los rellanos. Olía a cerrado, olía a podrido, a alcantarilla. Un olor similar al que había experimentado cuando salí del colegio después de haber estado inconsciente. La sensación era extraña, sin lugar a dudas. ¡La de veces que había bajado por esas escaleras en este último año, dispuesto a ir al instituto! Y ahora no se parecían en nada a lo que recordaba.

-Parece que no hay nadie por aquí –susurró Lucas. –Pero tenemos que mantener la calma y el cuidado, como si esto estuviera infestado, ¿vale? Que nunca sabemos por dónde nos pueden salir.

-Perfecto –asentí con un movimiento de cabeza.

-¿Qué piso es?

-El quinto. Podemos subir andando.

-¿Después de nuestra experiencia con el ascensor? ¡Ni que lo digas! –ironizó Lucas. –Pero ponte detrás de mí.

-¿Y eso por qué? –repliqué. –Si soy yo el que vive aquí. ¿Me ves tan desvalido?

-Vale, pues pasa tú delante.

Y solo imaginarme que podíamos encontrar una nueva horda de zombis al pasar por el primer rellano, hizo que diera un par de pasos atrás y le dejara ir delante. Lucas sonrió y, con su raqueta bien asida, empezó a subir los escalones de madera, que crujían a cada paso que dábamos.

Sí, nunca me había fijado lo ruidosa que era mi casa, la verdad. Casi siempre bajaba corriendo, a toda leche porque llegaba tarde a clase o a donde fuera que hubiera quedado. Sí, ese soy yo. Biel, el chico que llega tarde a todos los sitios. Bueno, ahora no iba a volver a llegar tarde a ninguno. Básicamente porque no hay ningún sitio al que ir, ¿no?

-¿Llevas mucho tiempo viviendo aquí? –me preguntó Lucas mientras seguíamos subiendo.

-¿En Madrid?

-Ah, ¿es que no eres de aquí?

-No. Llevo aquí solo un año. Me mudé cuando mis... padres murieron –recordé. ¿Un año había pasado ya?

-¿Y de dónde eres?

-De un pueblo del norte.

-¿Qué tal tu nueva vida aquí?

-Diferente –admití y, como tratando de evitar la conversación, pasé a su lado y me adelanté, sujetando con fuerza la gigantesca llave inglesa que me había dado al bajar del coche. Tampoco tenía muy claro si sería capaz de usarla cuando me viera acorralado, pero me daba seguridad.

Un quejido nos sorprendió a los dos, proveniente de una de las puertas semiabiertas del tercer piso. Un quejido que iba convirtiéndose en algo más parecido a un aullido lastimero que a otra cosa. Lucas y yo nos miramos, dudando si seguir subiendo o entrar a ver de dónde venía aquel ruido. Obviamente, optamos por lo primero. ¡Ni que fuéramos imbéciles! Bastantes sobresaltos habíamos tenido ya.

Cuando llegamos al quinto piso, la puerta de mi casa estaba abierta de par en par. Mierda. Eso solo podía significar que...

-¿Hola? –dije, casi sin pensar. Lucas me lo recriminó con la mirada, pero me dio igual. Entré sin pensarlo dos veces. Y lo que vi me dejó helado.

Todo el piso estaba revuelto, destrozado, con muebles hechos trizas y restos de sangre en las paredes. Una brisa de aire lo revolvía todo. Las ventanas de la terraza estaban hechas añicos y por los agujeros se colaba el aire del exterior, revolviendo papeles y cualquier cosa que encontrara a su paso.

El Dia Despues de TodosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora