Nara

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Ya había pasado una semana desde que Kiara terminó en el hospital. Una semana desde que comenzaron las vacaciones de verano, una semana desde que la pastilla de Bea me quitó el apetito, una semana desde que baje kilo y medio, una semana desde que mamá no paraba de decirme lo delgada y bonita que me veía.

Me levanté, regué mis plantas y acaricie a mi iguana Amy, que es la mejor compañía que tengo desde que la madre de Kiara llamó a todos nuestros padres (Bueno a los que le contestaron) y les contó todo, mi castigo termina hoy de todas formas.

Peine mi corto cabello negro, poniéndolo en una coleta alta, me maquille como de costumbre y me vestí con un crop verde, una falda a cuadros negra y unas zapatillas del mismo color, agarré mi mochila y corrí escalera abajo, no podía controlar mi emoción de ver a mis amigos...y fumar un porro.

En la cocina estaba papá sentado leyendo un libro sobre un tema probablemente aburrido, o sobre filosofía que nunca se molestará en poner en practica, y mi madre a su lado viendo una revista, pasando las paginas con su rostro tapado en acido hialurónico y Botox, mientras que Pía, nuestra ama de casa me sirvió cereal en un bowl con leche al verme.

-Buenos días princesa.-Me saludó Pía. Corrí a darle un abrazo y un beso en su mejilla.

-Buenos días Nara, ¿acaso no saludas a tus padres primero?- Comentó mi papá sin levantar la mirada de su libro, pero con su típico tono de desdicha habitual, que era inentendible, al menos para mi, ya que tenia todo lo que necesitaba y quería, una esposa bonita, un negocio que no fundó, pero heredó a los veinte años, permitiendo que vivamos el estilo de vida lujoso que tenemos, una vida predecible, pero al fin y al cabo, algo que la mayoría de las personas les seria suficiente para sentirse plenos, aunque tengo que admitir que el acto de ponerme en una escuela publica, para aprender como vive la otra mitad siempre me impresionó, pero de todas formas siempre pienso que es una forma mas de presumirle a sus amigotes lo benevolente y altruista que es en las noches de póker, o las tardes de tenis en el club campestre.

-Hola papá, hola mamá, lo siento.-Les dije sentándome para comer mi desayuno.

-¿Comerás todo eso? ¿No crees que es demasiada azúcar?- Preguntó mi madre con una mueca de asco profunda.

Y hablando de predecible, esta mi madre, Rumi Yagami, una vida bonita, con padres millonarios, un único intento de rebeldía que terminó en un embarazo adolescente (yo), y que la obligo a casarse con mi padre, que al fin y al cabo resulto mejor que muchos otros matrimonios, ya que aprendieron a amarse aunque solo se conocían hace un par de meses. 

Mi madre siempre me contaba la misma historia de como su cuerpo volvió a estar como antes del embarazo un mes después de tenerme, y que apenas pudo, comenzó a ir a castings de modelaje; le fue excesivamente bien, siendo modelo de pasarelas y portadas de revistas para casas de moda de alta costura hasta hace un par de años, cuando ya resultaba un poco mayor para ciertos castings, y se frustró cayendo en una depresión que todavía no tiene fin, ni solución. Lo único peor que tenerla todo el día en casa, es tener que escuchar su obsesión con la comida, las dietas y cuerpos perfectos que parece haber aumentado los últimos meses. Realmente nunca le había prestado atención...hasta ahora. 

Volví a mirar el bowl de cereal, y en parte tenía razón, nunca había bajado más de un kilo en años, y sinceramente ya no quiero volver a subirlo. Quizás mamá tiene razón, así me veo más bonita.

-No, no lo comeré completo, solo quería un poco...-Le respondí sonriente, ella sonrió devuelta y volvió a su revista.-Lo siento Pía, ya no tengo tanta hambre, pero gracias. Comí una cucharada y salí corriendo por la puerta.-¡Adiós, nos vemos luego!
Subí a mi auto y lo estacione en la entrada del parque, donde vi a todos sentados en el césped esperándome, incluyendo a Kiara.

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