Agatha

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- Su alteza, es hora de levantarse.

Agatha se levantó con dificultad, para ser una princesa, no se levantaba con el sol, en ese instante se podría decir que lo odiaba, le daba directamente en el rostro, cegándola al abrir los ojos, no era un día perfecto, era otro igual.

- Buenos días Mary, gracias.

- Buenos días su alteza, no olvide que hoy su padre desayunara con ustedes y debe. – Agatha la interrumpió

- Usar el vestido rosa, ya lo sé Mary, no te preocupes.

- Entonces me retiro su alteza. – Mary era demasiado amable incluso para ella, era demasiado para este mundo.

Mary salió, ella se acurruco un segundo más en las mantas calientes y gruesas, suaves y cómodas, maldiciendo estar dentro del muro que custodiaba en su interior la ciudad perfecta, Cartless, hogar de la familia real durante generaciones, tejiendo una telaraña de mentiras e ilusiones.

Salió de la cama y camino encorvada hasta su tocador con detalles de oro, regalo de un pretendiente al que agradeció mucho el regalo pero nunca pensó que fuera para expresarle su amor, normalmente se regalaba rosas o joyas, fue graciosos, porque, lo agradeció, se despidió y se lo llevo, el pobre no tuvo tiempo de decirle nada, y cuando ya lo instalaron en su habitación se enteró de que había una carta de amor dentro de uno de los cajones, no volvió a ver al muchacho, talvez la vergüenza lo hizo desaparecer. Cepilló su cabello negro, tan delicado que ella era la única capaz de manejarlo, lo recogió y fue a limpiarse la cara y arreglarse, se puso su vestido rosa, se miró al espejo con algo de fatiga y fastidio, suspiro y sobre su cabeza acomodo la tiara que le pertenecía.

Al salir de la habitación su perrito Srup la esperaba fuera.

- Con que allí estabas, y yo que me sorprendo, siempre sales junto a Mary, supongo que ella ya se adelantó.

Diviso a su odiosa hermana, Brianna. Era una de esas personas que con solo verla te dan nauseas, a Agatha le dio nauseas. Tenía la vida servida, Agatha únicamente, en el castillo, convivía con su madre, Srup, Mary, su concejero real y profesor Alex y los cocineros; los demás eran un conjunto de mugre, se les podría llamar escoria, no eran más que unos chismosos, calumniosos, problemáticos, intolerables, ratas, basura y un millón de insultos más que pasaba por la cabeza de Agatha cada vez que los veía.

Brianna era menor a ella con tres años, tenía la estatura y peso promedio de una niña de trece años, era pelirroja, de carácter fuerte y muy insoportable, igual que su padre; cada vez se parecían más y se hacía más evidente, "De tal palo tal astilla" decía Mary como si le leyera el pensamiento. En cambio, Agatha era un mundo distinto en algunos aspectos, ella no compartía con los ministros, o las damas de compañía como lo hacía su hermana, la verdad es que no socializaba con mugre. Odiaba a su padre, en el palacio era una, afuera otra, y sola, ella misma, daba miedo. En el palacio todo era un desastre, todos hablaban mal de todos, todos eran hipócritas, al crecer en un ambiente así, Agatha no era la excepción, pero era más honesta que los demás, a veces demasiado. Su madre trabajaba mucho, no la veía constantemente, se encargaba de la cara positiva del reino, su trabajo era duro, debía lidiar con todo, pero a ella también se le ocultaban cosas, siempre hay secretos que nadie hubiera querido saber pero era necesario.

Entre tantos pensamientos, se dio cuenta de que estaba frente a la puerta del comedor, el pánico la atrapó, "no de nuevo" pensaba, era una pesadilla, cada vez que utilizaba ese vestido se volvía presa del miedo y la ira, su autodestrucción asegurada, sus ojos estaban extremadamente abiertos, respiraba con dificultad, todo se volvía borroso, daba vueltas, hasta que escucho una voz de fondo.

El destino de CartlessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora