Capítulo 2

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- ¿Debería llamarte Gerald o Astaroth? - le pregunte al hijo de puta parado frente a mí.

- Ared, necesito hablar contigo y te exijo que dejes de creer que soy tu enemigo - miró con nerviosismo hacia la puerta.

Según mis cálculos, ya era noche y tenía la confianza en que esta vez sí podría dormir bien. El amanecer y el ocaso en el infierno era algo tétrico, al alba y el resto del día el cielo se tornaba de un color rojo pálido, cuando caía la tarde, el cielo comenzaba a ponerse rojo intenso hasta un tono más oscuro según el día iba pasando, al anochecer era rojo oscuro, casi negro. Últimamente no descansaba lo suficiente, sentía que en cualquier momento uno de los secuaces de Lucifer vendría a torturarme o a hacerme algo peor; es mejor prevenir que lamentar, solían decir los humanos.

Mis ojos se estaban cerrando mientras el sueño me invadía pero en ese preciso momento escuché el chirriar de la puerta. Esperé con calma a que el individuo entrometido me atacara o hablara mas solo una extraña exhalación hizo un patético eco en la habitación. Incómodo y un poco frustrado porque no me dejaban dormir, le di la cara al tipo que había irrumpido en mi privacidad. Era el bastardo perro faldero del diablo, justo a quien quería ver.

- ¿Y por qué dejaría yo de creer eso? - no se la iba a poner tan fácil.

- Porque no soy el malo aquí y necesito contarte lo que en realidad estuve haciendo todo este tiempo en la tierra al lado tuyo y de Sidahí - volvió a exhalar.

Sospechoso. ¿Quién podría creerle a un demonio que no era uno de los malos? Mucho menos cuando engañó a Sidahí, no me importaba que me hubiera engañado a mí, la mayoría de las cosas siempre me daban igual. Pero Sidahí era una ángel muy confiada e ingenua en algunos aspectos, creía que había bondad en todos.

- Dame una razón por la cual debería escucharte y creer toda la mierda verbal que vas a decir al momento en que acepte escucharte - puse mi mejor cara de póker.

Dudó, cerraba y abría sus manos mientras que pasaba el peso de un pie a otro.

- Es que yo...

- Es que tú... ¿qué? - lo insté.

- Yo estoy enamorado de Sidahí y no haría nada en contra de ella, ni siquiera algo que me ordenara Lucifer. Jamás le haría daño.

Dejé salir de mi garganta la mejor risa sarcástica que tenía.

- ¿Jamás le harías daño? - me puse de pie y lentamente me posicioné a centímetros de su rostro, nuestros pectorales tocándose - pero si el daño ya está hecho. ¿O crees que después de habernos estado engañando, tomando nota de cada maldita cosa que hacíamos y escuchando muchas cosas sobre los celestiales, Sidahí estaría orgullosa de ti? ¡Pero qué demonio tan estúpido eres, joder!

Una vena en su frente palpitaba y sus rostro se volvía de un tono rojizo. No creía que era de furia porque yo estaba seguro que él sabía que yo tenía toda la razón en todo lo que le había dicho.

- Nunca dije a Lucifer ni una sola palabra de lo que escuché o vi estando con ustedes - susurró entre dientes - conozco a Sidahí desde hace dieciocho años y desde el primer momento en que la vi, supe que me había enamorado de ella. Pero para que puedas entenderlo, necesito que escuches todo lo que tengo que decir, y hasta te podría dar un par de pistas para que logres saber en dónde se encuentra Angelina, y cómo podrías salir de éste lugar, o cómo podrías recuperar tus poderes para no ser una de las cuantas perras de Lucifer.

Bueno, debería escuchar lo que sea que tenga que decir para que me diera alguna pista de lo que sea que yo necesito, obviamente no creeré en sus palabras, es un demonio, me enseñaron a no confiar en ellos, me dije.

- Está bien - acepté. - Escucharé todo lo que tengas que decirme.

Respiró aliviado, como si no esperara para nada que yo aceptara hablar como dos seres civilizados.

- No puedo decirte nada aquí, intenta llegar a la cueva cristalina, aquella a la que te llevó Lucifer, en la que hiciste aquello - articuló alguna especie de gestos con las manos - ya sabes a lo que me refiero. Te veré mañana, Lucifer estará ocupado con algunas cosas y así podrás escaparte de sus secuaces y de sus perros. Mandaré a Lucille a tu habitación con ropa para ti, esa será tu señal para que puedas verme en la cueva.

Fruncí el seño.

- ¿Quién es Lucille?

Me dio una sonrisa ladina. - Lucille es una de mis demonios más fieles, ya sabrás quién es cuando la veas entrar.

Con éstas últimas palabras desapareció dejando una estela de humo negra a su paso. ¿Por qué no simplemente caminaban como los humanos?
No me molestaba que desapareciera así de la nada, yo también lo hacía; me molestaba que cada que hacía eso dejaba un hedor en el lugar. No lo había notado estando en la tierra, tal vez él lo bloqueó para que no lo juzgaramos. Últimamente me había dado cuenta de que todos los demonios dejaban ese hedor a podredumbre a su paso.

Tampoco lo juzgaba tanto, seguramente nosotros los ángeles dejábamos olor a rosas o algun que otro olor cursi, por así decirlo.

Ahora solo quedaba esperar hasta el día siguiente para poder ir a ver a ese bastardo. Esperaba que no dijera algo estúpido o algo sin sentido porque no me detendría en darle un puñetazo en toda su bonita cara de demonio.

- ¡Ah, por cierto! Llámame Astaroth, Gerald es el nombre que utilizo alrededor de los humanos, ya sabes, para no levantar sospechas.

Me llevé la mano al corazón del tremendo susto que me dio su repentina aparición, y nuevamente, así como vino, así se largó.

¡Maldito demonio! Antes me caía bien aunque siempre guardaba algo de sospecha hacia él, pero ahora lo detestaba, aunque podría decir que por mi corazón y alma buena de ángel, aún sentía un poco de empatía por él.

Esperaba no arrepentirme después de tener nuestra "conversación".

La Venganza de Ared (Sinner #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora