Prólogo

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Levi

Me froto las sienes para aliviar la presión que se ha acumulado en un segundo en la zona y pestañeo varias veces después con toda la intención de atrasar el momento de enfrentarme a la cara de mis padres.

—Vas a ir ahora mismo a pedirle disculpas— ordena mi madre con voz autoritaria.

—¿Hasta cuando vas a seguir con esto hijo? — añade mi padre con expresión cansada. — Hoy has ido demasiado lejos, no tenías por qué decirle algo así.

Pongo los ojos en blanco antes de llevarme el tenedor con un brócoli ya frío a la boca. Hemos insistido casi toda la tarde para que pidamos una simple pizza, pero nuestros esfuerzos han sido en vano porque a mis padres les ha dado el venazo de querer meternos en el mundo del realfood después de ver un documental sobre el peligro de la obesidad y la diabetes.

Quien sabe cuándo será la próxima vez que vuelva a probar esa pizza cuatro quesos del restaurante de comida rápida de la esquina, Robert me echará de menos.

—Solo era una broma, no entiendo por qué se lo ha tomado enserio— justifico.

—¿Soltarle sin ningún tacto que no ha tenido novio ni más de dos amigas en su vida te parece gracioso?

—¿A caso no es verdad?

—Sube y pídele perdón— sentencia mi madre. — Ahora.

—Pero...

—Sabes que en estos días está muy irritable— mi padre bebe agua del vaso que tiene a su derecha evitando la mirada asesina de su esposa.

—Es decir, que tiene la regla—asumo.

—¡Levi!

—Que sí, que sí... ya voy.

Aburrido pongo las manos encima de la mesa del comedor y me impulso hacia arriba levantándome. Arrastro los pies con cansancio y subo las escaleras hasta el segundo piso en busca de mi querida hermanita.

Sinceramente, mi intención nunca fue que le sentara mal. Ella ha empezado diciéndome que soy un friki del Call of Duty que no sale de casa nada más que para ir al instituto o pillar cacho en alguna fiesta. Según ella, soy el típico hombre básico que basa su vida en videojuegos, chicas, fiestas y amigos.

¿Pero no es eso lo típico que se hace cuando se tiene dieciocho años?

No es mi culpa que su único objetivo en la vida sea ganarme en el mismo juego del que tanto se queja y que no haya sido capaz de socializar ni ligar con nadie. A duras penas la he visto salir cinco veces contadas con esas dos amigas que tiene, que más que chicas de último año parecen de primero de primaria.

En resumidas cuentas, mi comentario parece haberle dado en todo el orgullo porque no ha tardado más de medio minuto en lanzarme un brócoli a la cabeza y salir echando humo hacia las escaleras. Diana puede ser muy peligrosa cuando se lo propone, todo hay que decirlo.

¿Qué hubiera pasado si ese brócoli se me hubiera metido en el ojo dejándome ciego? Habría sido una verdadera tragedia, de lo único que podemos presumir tanto ella como yo, es del maravilloso color verde que tenemos. Sería una lástima echar a perder mi fantástico gen heredado de nuestra madre.

Antes de continuar mi camino, desde el principio del pasillo miro por debajo de la puerta de su habitación, pero por la pequeña rendija no se ve la luz encendida. Me fijo directamente en el baño que compartimos (por desgracia) y por los ruidos que salen entiendo que está ahí.

Con cuidado y casi de puntillas me acerco y la espío por la pequeña apertura que ha dejado. Raro en ella, porque yo no tengo ningún problema en estar en el baño sin pestillo, pero mi hermana es extremadamente pudorosa. Acerco mi cabeza con cautela para que no se percate de mi presencia y trato de escuchar lo que dice al mismo tiempo que veo una parte de ella reflejada en el espejo.

Estoy bastante tranquilo hasta que me doy cuenta de una cosa que nunca he visto y por lo tanto, me deja petrificado sin saber cómo actuar.

Está llorando.

Diana está llorando. Y muy intensamente, además.

Intenta no hacer ruido, pero tiene los ojos cerrados con fuerza y se agarra con las dos manos al lavabo. Está ejerciendo fuerza, como si tratara de empujar el lavabo hacia delante. Tiene las mejillas rojas y empapadas de lágrimas.

Se me encoge el pecho al verla. Hace más de tres años que no la veo soltar ni una sola lágrima. La última vez que la vi así de destrozada fue en el funeral de nuestra abuela Maggie, los dos teníamos catorce años y por evidentes razones, no fue nuestro mejor momento. Desde entonces, hasta ahora, se ha enfadado, ha gritado, ha intentado matarnos, ha tirado la casa por la ventada, han volado almohadas y como hoy, brócolis, pero nunca, jamás, ha llorado.

Miro hacia abajo avergonzado por mi comportamiento. Nunca quise que se sintiera mal... no pensé que fuera a afectarle tanto...

A punto de entrar para pedirle perdón y consolarla su voz rota me detiene.

—¿Por qué tuve que nacer así?

Dejo de respirar un segundo.

—¿Por... por qué no le gusto a nadie?

A penas la escucho porque casi susurra, pero logro entenderla a pesar de los sollozos.

—¿Por qué me odio tanto? ¿Cuándo lo que piensan de mi se ha convertido en mi única preocupación? ¿Por qué simplemente no encajo en ningún sitio?

Se hace muchas preguntas más, pero no las escucho y tampoco me esfuerzo por hacerlo. Es suficiente. No soporto verla de esta manera.

Podrá parecer que nos llevamos mal a todas horas y que estamos discutiendo y tirándonos cosas siempre. Pero es mi hermana, y pensar que pueda estar destrozada no me gusta en absoluto.

Empujo la puerta sin esperar un segundo más. La tomo tan por sorpresa que ahoga un grito y se echa hacia atrás de la impresión. Su rostro pasa del susto al enfado al instante. Quiere volver a gritarme, sin embargo, no dice nada porque no tardo en abalanzarme sobre ella y abrazarla.

Al principio intenta apartarse empujándome con las dos manos, pero hace mucho tiempo que la supero en altura y fuerza. Al menos le saco unos veinte centímetros como mínimo. Le acaricio la cabeza cuando termina dejándolo estar y simplemente llora con la cara pegada a mi cuello.

—Lo siento— murmuro muy bajito metiéndole un mechón castaño detrás de la oreja. — Lo siento mucho.

Ella asiente tratando de calmarse y respirando con dificultad.

—No vuelvas a decir esas cosas de ti misma jamás— le advierto. — Cómo te escuche otra vez te juro que... que... rompo tu mando de la play.

Siento como sonríe.

—Está claro que no has tenido novio en tu vida porque ninguno es el adecuado. Ninguno te merece, ni está a tu altura. Y ni tú y mucho menos yo, vamos a permitir que un idiota intente acercarse a ti, ¿me has entendido?

Se mantiene en silencio.

No tenemos una conversación muy duradera ese día sobre el tema, ni ningún otro. Ninguno de los dos dice nada sobre lo sucedido. A partir de ese día ella intenta hacer como si nada ha pasado, como si todo fuera genial y nunca la hubiera visto derrumbarse así.

Sin embargo, pasarán meses y seguiré sin quitarme de la cabeza su preocupación. Seguiré empeñado en que esté bien y que se sienta incluida en todos los sitios a los que voy o estamos juntos.

Desde ese día, una de mis principales preocupaciones pasa a ser que mi hermana viva su vida, descubra, salga de su burbuja, se abra. Por eso, una noche antes de ir a un campamento de verano decido darle un pequeño empujón. Planeo todo muy detalladamente para que no se entere, decido... ayudarla un poco.

Quizás sale bien, quizás sale mal.

Quizás cuando se entera me lanza la cesta de vegetales entera a la cabeza, o me lo agradece...

Quizás y solo quizás, mi decisión inicial consigue desviar unas trayectorias aparentemente paralelas.

Líneas paralelas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora