Después de dos meses de haber terminado con el asunto, al fin, corrían las preciadas lágrimas de Carolina. En realidad, no fue para tanto. Solamente se le cayeron unas cuatro gotas. ¿Acaso dos por cada mes? Quizás, tiene sentido la teoría. Pero ¿a qué se debe? ¿es realmente por él? ¿o es por todo el estrés que lleva acumulado? Toda la tristeza del pasado más un fracaso amoroso. Más las responsabilidades que conlleva ser adulta: el trabajo, las asignaciones, los exámenes.
Parsimoniosamente iba secándose las absurdas lágrimas. No tenía sentido. Si es que realmente era por él, ya había perdido su oportunidad de redimirse al cabo de dos semanas posteriores a su ruptura. Él había sido bastante rápido en olvidarla, al parecer. O nunca la quiso, tal vez ella fue como un lindo juguete, una colección más. A dos semanas del desenlace, él había vuelto con su anterior pareja.
¡Vaya! —había pensado Carolina— y yo que creí que era una muchacha sin corazón.
Y acaso ¿no lo era? No había sentido nada, absolutamente nada, por aquel pobre diablo. No había sentido mariposas o latidos rápidos. Solo deseo... deseo por su cuerpo bien formado, impetuoso y llamativo. Pero eso fue todo. Él, en cambio (según los testigos y él mismo), sí sintió algo por Carolina. Sí demostraba interés puro.
Y ¿ella?
Mis actos fueron nada más que falsedades —meditó.
Pero era extraño. Siempre le daba cariño, hasta le gustaba hacerlo, pero no sentía nada. Era un enigma: disfrutaba de su compañía y, sin embargo, no lo quería realmente.
No sé qué fue. Quizás nunca lo sabré con certeza, pero ya no importa. Lo pasado se quedará en el olvido y ambos, algún día, lo recordaremos con gracia.
Se quedó quieta como estatua, mirando al tallo medianamente grueso del árbol de mango de su patio. Estaba oscureciendo y había un olor indicando que la lluvia se aproximaba. Cerro los ojos, suspiró profundamente, y siguió leyendo el libro que tenía en su regazo.