Qué fantástico descubrir y admirar el arte de una música.
La emoción, plasmada en la voz del artista y en los instrumentos que suenan de fondo.
Lleva tremendo coraje ser lo bastante vulnerable como para desnudar las ideas contenidas en el corazón. Transformar esos profundos sentimientos en palabras. Y, finalmente, incorporar una melodía que conecte con lo escrito.
Suena fácil. No obstante, lleva tiempo y esfuerzo encontrar las palabras perfectas para cada verso y el acorde adecuado para cada oración.
Cuesta.
Pero al final, se obtiene una pieza magistral. Una pieza que toca el alma y le deja piel de gallina a quiénes escuchan con el corazón.
Así es como Triste Ojos de Ramona me dejó al escucharlo por primera vez.
La nostalgia y el dolor transmitido por la música era ensordecedora.
Una música que me encantaría poder hacerle escuchar a William. Pero no debo contactarlo.
¿O sí?
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