Rosa décima: La danse

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Y ahora, preguntas sobre mis especiales ^u^: En mi obra Eros y Psique, ¿A que diosa griega interpreta Gelda? Una pequeña pista: también mencioné el nombre en esta obra, fufufu. Y ahora, uno de los mejores momentos de este clásico cuento <3 

***

—Me veo ridículo.

—No, claro que no. Es divertido, solo relájate y confía en mí. —El amo sonrió ante las dulces palabras de su amiga, y agarrándose aún más fuerte de ella, continuó con sus emocionantes lecciones. Por fin le habían sacado partido al invierno eterno que hechizaba al castillo.

Las lecciones de patinaje de Meliodas no iban demasiado bien, pero al menos se había animado a salir de su encierro, lo cual ya era muy bueno y todo un logro por parte de la peliplateada. Desde el día en que ella se enteró de lo que le había pasado a su hermano menor, el pequeño rubio había estado oculto en su habitación prácticamente todo el tiempo, carcomido por una culpa que ella no entendía, o tal vez demasiado tímido para confrontar lo que habían hecho. Aquel beso. Pero ella no era una persona que se rindiera fácilmente, y cada vez sentía menos miedo y pena ante todo eso. Siguió insistiendo, con paciencia, cariño y fe, hasta que finalmente logró que prometiera que volverían a salir a los jardines.

Fue el comienzo de una nueva etapa para ambos. El rubio se sostenía de ella, tratando de deslizarse en la superficie pulida como espejo, y se tambaleaba como un venado bebé mientras ella le daba palabras de ánimo y apoyo. Sus alientos se volvían nubes de vapor en aire frío, la punta de sus narices estaba roja por el clima helado, estaban apretados en sus trajes invernales. Y ambos estaban más felices de lo que estuvieron nunca en sus vidas.

Cuando recién llegó al castillo, a Elizabeth le pareció que este estaba atado a las emociones de la bestia. Era un lugar frío, oscuro, solitario, de una belleza cruel. Seguía siendo invierno. Sin embargo, a ella le parecía que el lugar había cambiado por completo. La nieve relucía de un blanco puro y luminoso; el aire no te cortaba los pulmones, los llenaba de una esencia limpia y energizante; el cielo estaba despejado, y el radiante sol hacía resplandecer como cientos de diamantes la escarcha y hielo del hermoso lugar. Y por supuesto, él estaba feliz.

—Sostenme. ¡Eli, sostenme! ¡Me cai...!

—¡Kyaaah! —Al parecer la joven había estado demasiado concentrada en sus pensamientos, pues no alcanzó a reaccionar a tiempo, y antes de poder hacer nada para impedirlo, ambos habían terminado en el suelo en un caos de capas, manos y nieve.

—Lo siento. ¿Estás bien Elizabeth? —¿Por qué oír su nombre en sus labios hacía que su corazón latiera tan rápido? Luego se dio cuenta de la posición en la que habían quedado, y eso aceleró sus latidos aún más. Él sobre ella, sus rostros a unos centímetros, sus labios tan cerca como para besarse... y luego, él se apartó—. Te dije que no era buena idea hacer esto. Debe haber formas más seguras de jugar en la nieve.

La sensación de vacío que sintió al verlo alejarse la dejó mareada e intranquila, pero cuando comenzaba a temer que todos esos sentimientos solo estaban en ella, notó cómo las orejas de Meliodas enrojecían mientras le daba la espalda tratando de quitarse los patines.

—Ti... tienes razón. ¿Qué te parece si mejor empezamos una guerra de bolas de nieve?

—¿Una qué? ¡Ayyy! —Antes de poder siquiera ponerse en guardia ante el nuevo ataque, el pobre rubio recibió un proyectil en la cabeza mientras oía a la preciosa albina reír—. ¡Tú lo has querido! —La batalla de blanco resplandeciente fue vista en la distancia por un grupo de felices amigos, los cuales rieron, contagiados del espíritu juguetón de las dos personas disparando.

La Belle et la BêteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora