III. La cripta

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El restaurante CHINO no era nada espectacular. De hecho, al detective le hubiera salido más a cuenta reunirse en su despacho de alquiler que en semejante bazofia al que la dueña no le quita ni las manchas de quemado de las paredes. Pero entonces no habría podido disfrutar de la vista.

—Está usted enfermo, ¿verdad? —jadea su invitado, corriendo hacia él. Se llama Calan o Boonerik y con clavarle una mirada calla todo ese griterío que, por poco, asusta a los hugin-munin a los que está dando de comer.

—Maldito, más bien —contesta él, acuclillado en la acera como un niño normal y corriente—. ¿Qué pasa? ¿Malos recuerdos?

El hombre vuelve a chillarle palabras dignas de cualquier aristócrata que se precie, y al final los hugin-munin echan a volar hacia las nubes hasta convertirse en molestas motas de polvo que dañan su color azul. El detective arruga la cara, y aunque empieza a murmurar maleficios contra Boonerik (o Calan), ahora no es él quien consigue hacerle callar. El sonido del arma preparándose para disparar le hace estremecer del gusto; le encantaba que los planes salieran bien.

—¡Bien hecho, Tiam-Tiane! —aplaude a la mujer que apunta a Calan (o Boonerik) con la escopeta que esconde de sus clientes bajo la barra. Es bajita y musculosa, y al tipo no le cuesta reconocerla como la dueña del CHINO.

—Es Tiane-Tiam —replica ella.

—Si me dejaras llamarte Teté...

—Ridículo.

—¡Tu local sí que es ridículo! Por cierto, amigo, no te lo tomes a mal. Es que, si no, no hubieras querido quedarte. Además, perdona también a Tim-Tan. Ella solo quiere volver a tener éxito en su restaurante y la he liado un poquito...

Boonerik Calan debería haberse olido desde el principio que algo así pudiera suceder. Sin embargo, lejos de lo que muchas ovejas de clase media pensaban de los altos cargos de la Kapital, no era una persona inteligente. De hecho, había entrado por mero enchufe y se pasaba las noches de juerga hasta acabar dormido en el hombro del que fuera consigo en su carrosina particular. Luego tenía permitido el lujo de llegar tarde al trabajo.

Aquello sí que era vida. Al menos hasta que a Ashaniea Sala le dio por morirse.

Calan miró de un lado a otro en busca de apoyo, pero las calles seguían vacías y lo único que le vino a la mente —a pesar de que le gustaba hacerse creer que apenas la conocía lo suficiente como para estar en su cumpleaños— es que era mejor que no averiguaran lo de la cryn wu.

—Veo que intentas escabullirte del asunto —continuó el detective, más serio de lo que aparentaba su sonrisa kilométrica—. Pues mira, ¡si yo no puedo, tú tampoco! Así que... ¿Te importa que pasemos a comer algo y hablemos un poco de Sala?

«¡No puedes hacerle esto a los tipos como yo! ¡Los tipos como yo pueden hacer lo que quieran contigo!», quiso responderle. Empero, el cañón del arma rozándole el pelo canoso y recién cortado de la nuca le dio una sola salida.

Entraron todos al restaurante CHINO. No había cambiado mucho desde el incidente; hasta en el acceso al baño seguía la pila de escombros en lo que se convirtió su puerta frente a las llamaradas. Si hubiera podido, Calan le habría echado una mirada de asco a la dueña. Pero, de nuevo, la presión de la escopeta era mucho más grande que su orgullo de funcionario. Aunque ya ni siquiera estaba ahí.

—Sentémonos —dijo entonces el detective, botando una y otra vez en el asiento de enfrente mientras él lo seguía a su sitio individual—. Tiane-Tiam, ¿aquí hacéis rollitos de daeodon con tutu?

—Se dice lumiah con fufu —aclaró esta, ahora al otro lado de la barra y con una mano todavía sujeta a su arma—. Y sí.

—¡Pues marchando dos platos! De mientras mi amigo y yo charlaremos sobre Sala. Dime... Os conocíais bastante bien, ¿verdad? Tengo entendido que ella se llevaba con los jefes de la Kapital.

—No se crea —contestó Calan, que sudaba como nunca antes en su vida lo había hecho—. Ya se lo dije a los policías. Aquel día estábamos juntos de casualidad. Era su cumpleaños, ¿sabe? Nos habíamos visto un par de veces por el departamento de la SEDE y le caí...

El rostro diabólico del detective se oscureció tanto que fue capaz de interrumpir su perorata. E inmediatamente habló:

—No me cuentes milongas. Este caso me urge, como a tus compatriotas. Vais por ahí con amenazas, pero después no queréis colaborar. Me da igual qué tipo de relación teníais con ella, no soy del ROSAROJA. Lo único por lo que te he contactado es para que me digas si Ashaniea Sala te contó algo sobre su cripta familiar.

Boonerik Calan se atragantó con su propia saliva. Le habría encantado tener algo más a lo que mirar que no fueran los ojos de Leviatán de aquel detective. Pero el local y los recuerdos del mismo tampoco eran de gran ayuda.

—¿Cómo sabe eso?

—Soy detective, descubro cosas. Y lo que he encontrado sobre esa cripta me tiene muy intrigado. ¿No fue profanada hace diez meses? ¡Salió en el MUNDI y todo! Sala debía de estar consternada. Allí le dan mucha importancia a sus muertos; no conviven con los guls.

—Supongo. Le he dicho que...

—Pero lo que más me sorprende —el chico le cortó de nuevo—, es que tú estabas allí hace unos diez meses, ¿verdad? Deja de intentar mentirme.

El olor de la lumiah invadió el ambiente cual intento por relajarlo. Sin embargo, la tensión no se redujo ni un ápice y a Calan le dieron ganas de llorar.

—En los periódicos dijeron que habían robado algo de esa cripta. ¿Qué le robaste a Sala y por qué, Calan? —concluyó el muchacho.

El juerguista dudó un momento, temeroso de todo lo que... Pero, al final, débil como era, se dignó a contestar:

—Ella me pidió que lo hiciera.

El caso de la mujer polilla (Los casos de Izan Gakuma 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora