V. La mujer polilla

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El zumbido empezó a oírse poco después, leve y taciturno tras el lugar donde el funcionario debería estar bebiendo. Cualquier persona normal que lo escuchase habría pensado en una mosca, pero al detective le recordó más al sonido crujiente que producen las polillas, erizándole el bello invisible de sus cicatrices. Ni siquiera en los rituales de su familia ni en los días de posesión percibió algo igual. ¿O es que lo había olvidado?

Si ese ruido no le hubiera abstraído por completo, habría notado la manera en que la firma de Ashaniea Sala comenzaba a llorar en una esquina de los planos que sostenía a modo de escudo.

El detective se abstuvo de volver a llamar a Calan; intuyó enseguida que no serviría. Se deslizó por el comedor y decidió acercarse lentamente a la puerta que ocultaba al tipo... y a lo que estuviera con él. Los planos de la biblioteca más grande del mundo le cubrían el cuerpo entero. Sin embargo, en cuanto llegó a mitad del comedor, donde en un costado estaba cierta columna de pared de yeso, aferrarse a la idea de que aquello era una buena defensa se le esfumó como a quien le dan un disparo. De hecho, eso fue lo que pasó.

Una especie de punzón invisible —o, al menos, que él no alcanzó a ver— atravesó el cuadro, su camisa y piel sin aviso, haciéndole sangrar y caer al suelo cual avioneta derribada, con la frente y los ojos pegados al piso. Entonces los zumbidos se le instalaron en el cráneo, murmurando aquí y allí con voz distorsionada: «¿Sabes a qué sabe un globo ocular? ¿Sabes lo que es engullir la laringe de un ser humano? Mi lengua se ha vuelto azul... Mis labios se han vuelto negros... ¡No puedo ver! ¡Solo puedo sentir! Ella nunca nos dejará marchar... Sus patas llegan hasta el infinito...».

El detective apretó los dientes, por poco mordiéndose la punta de la lengua. Intentaba tranquilizarse, pero el sonido de las voces parecía cada vez más fuera de su cabeza; no podía controlarlo, como no pudo, en su momento, controlar al demonio que lo encarceló durante años. «Sabía que no tendría que haberme metido; son mejores las vinculas», pensó, al tiempo que los gritos se transformaban de nuevo en chirridos y la puerta shoji se abría a su espalda, para acabar de consternarlo.

Algo pesado empezó a caminar hacia él.

«¡No pienso mirarte!», se dijo, aferrándose a la idea. Empero, a veces era casi inevitable ver a la cosa de reojo: los pies de pájaro putrefacto andando como una mujer elegantísima, las alas de insecto de cera arrastradas por la casa de Sala... «¡No pienso mirarte!». No obstante, sí sintió a la criatura detenerse, mirarle y decir con voz de hombre:

Vaya... Cuánto... tiempo... Dice ella... Ahora que te he... encontrado... Me... ayuda... rás... ¿verdaaaad?...

El detective jadeó un par de veces, esperando reprimir los restos demoníacos que le obligaban a verle las pezuñas a la bestia. Pero en cuanto estuvo a punto de rendirse, la misma cosa invisible que le había agujereado el costado lo lanzó contra la pared de yeso, reventándola, y salió volando hacia la calle ante dos adolescentes perplejas.



Cuando despertó en el HOSPITAL KAPITAL, lo primero que hizo fue pedirle un cigarrillo a Macer, que lo aguardaba junto a su jefe número treinta y tres desde hacía días. No había médicos ni enfermeras que le explicaran por qué no podía moverse, aunque ver al segundo que tenía las dos piernas alzadas y envueltas le dio las respuestas necesarias.

Bâtard Bervfool, el alto cargo que estaba con Macer, impidió a este que le diera el cigarrillo.

—Antes cuénteme todo lo que sepa —le advirtió—. El edificio dónde vivía Ashaniea Sala ardió en llamas en cuanto usted tuvo este accidente. Boonerik Calan estaba en su interior y le faltaban tanto los ojos como la lengua. La policía cree que fue por el fuego. Pero yo sé que usted sabe lo que pasa. Cuéntemelo ahora mismo.

Como siempre y a pesar del dolor que sentía en las costillas, el detective se rio.

—¿Cuántos? —preguntó luego.

—¿Qué?

—¿Cuántos le laméis las patas?

Bervfool no hizo ademán de ocultar su arrogancia. Él mandaba, al fin y al cabo, y así sería siempre.

—¿Por qué? ¿Quieres unirte?

—Solo quería que supierais lo poco que os queda de vida —contestó el detective.

—¿Perdón?

—Más claro el agua. Supongo que Sala provenía de una familia de magos, ¿por qué razón, si no, tendría el LIVOOK MAG y ese tatuaje en la pared? Por eso la escogiste. Calan te vio hablar con ella. Pero eso ya da igual. Ella se ha cansado y ha mandado a un monstruo a saldar la cuenta. Los ojos, la lengua...

Bervfool le acusó inmediatamente de mentir.

—¡Dígame quién mató a Sala ahora mismo!

—Ya le he dicho todo lo que he podido averiguar. Una diosa tan caprichosa como ella... A mi familia también le pasó. Pero si quieres aprender magia, no puedes contactar con otra. Hasta Schröpepper cayó en la trampa —agregó—. Yo de usted empezaría a avisar a todos esos estúpidos. ¿Cuántos eran, al final?

En el rostro de Bervfool, la palidez sustituyó a la soberbia al instante.

—Cinco... Cinco mil, contándonos...

El detective silbó.

—¡Caray! No tiene mucho tiempo. Ahora, Macer, cariño, ¿me das mi cigarrillo?

—Voy... Voy al baño... —dijo Bervfool, que desapareció por la entrada sin puerta a su cuarto, mientras el hombre gris obedecía.

—Por cierto —continuó el detective a la vez que daba la primera calada—, me llamo Izan Gakuma.

—Ya lo sabía —respondió Macer.

—Lo decía para ir entablando relación.

—¿Por qué?

De reojo, a Izan le dio la sensación de que una mujer alta y vestida de negro, con una gran capa a la espalda, atravesaba el pasillo en dirección a los lavabos.

—Me da que pronto necesitarás trabajo. Además, quiero ayuda para buscar a cuatro mil novecientas noventa y siete personas... Si es que quiero salvar mi pellejo.

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El caso de la mujer polilla (Los casos de Izan Gakuma 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora