¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Eran las 4 de la mañana y unos gritos que provenían de la cocina me despiertan. Froto mis ojos para acostumbrarme a la oscuridad y me levanto, poniéndome las zapatillas de casa. Voy caminando silenciosamente a la cocina. Veo la puerta entornada y me asomo por la rejilla de luz. Estaban mi padre y mi madre. Ambos estaban histéricos. No sabían qué hacer. Estaban económicamente mal, y tenían que hacer algo. Mi madre intenta calmarse, y hace un gesto de bajar la voz. Mi padre parece entenderlo y obedece. Ambos se quedan callados, mirando desesperados a cualquier lado, como si haciendo eso les apareciera alguna respuesta. Esas noches de gritos, se hacían cada vez más seguidas. Y cuanto más pasaba el tiempo su relación empeoraba y era muy notoria. Un día, sin ningún aviso, mi padre me dijo que guardara mis cosas en la maleta; que nos íbamos a mudar. No me dio ninguna explicación coherente. Pero yo era un niño, y no entendía nada. Me culpo, por no poder haber hecho algo en ese momento. Mi madre se quedó en casa. Y no se fue con nosotros.