LA VILLA

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A lo largo de interminables milenios, los habitantes de la Villa comenzaron a prosperar, aprendieron a cultivar, a cazar, a leer y escribir. Se volvieron humanos inteligentes y conscientes, pero sobre todo, aprendieron a mantener la distancia entre ellos y el ente que habitaba la cueva de la montaña. Al inicio lo veneraban como a un dios con la esperanza de que así no fuera por sus niños y dejara en paz a sus rebaños, pero el ente necesitaba alimentarse. Jamás había padecido hambre, pero su nueva forma le demandaba alimento para mantenerse fuerte, los niños eran sus preferidos. El miedo sazonaba su esencia y lo hacían disfrutar de su festín, pero sabía que si acababa con los niños luego tendría que ir por los más viejos, y eventualmente terminaría por devorar a todos. No podía permitirse acabar con todos.

Cuando los humanos comenzaron a defenderse, la entidad arrasó con los cultivos y prendió fuego a la mitad de los refugios para que los hombres recordaran con quien estaban tratando, pero no podrían mantener aquella guerra para siempre, sabían que terminarían perdiendo. Fue entonces cuando los habitantes de la Villa decidieron dejarla e ir en busca de un mejor lugar, la Mala Suerte no los dejaría hacerlo. Hizo que la tierra temblara cuando intentaron cruzar las montañas, sepultando a más de uno entre las rocas. Luego hizo que el mar se volviera contra sus barcos y naufragaron, no tenían manera de escapar. Ni de defenderse. Incluso coloreó de negro la arena para atemorizarlos más de lo que ya estabas y que perdieran la poca esperanza que les quedaba.

A pesar de todo, la Mala Suerte meditó sobre los actos de los humanos, y llegó a la conclusión de que habría que pactar un acuerdo con los habitantes de la Villa. Ellos no podrían irse y dejarla sin sustento para su cuerpo físico, y ella no los dejaría en paz para que vivieran tranquilos, ¿dónde estaba la diversión en eso? Supo lo que había que hacer, aunque no le gustaba.

- Una vez al año, - dijo cuando se presentó ante ellos. - vendré a reclamar un tributo. - la voz del ente lograba que un escalofrío recorriera la espalda de todos, no por ser aterradora, que sí lo era, sino porque el ente no tenía forma, no había boca que pronunciara sus palabras, éstas resonaban en la cabeza de todos como un eco sin fin. - Tendrán un año para prepararse si no quieren que acabe con todo, saben que puedo hacerlo, y saben que lo haré si me place.

- No habrá niños. - se atrevió a decir uno de los hombres que administraba a la Villa.

El ente giró a buscar al hombre. Los habitantes de la Villa fueron testigos de cómo la figura amorfa que flotaba, y que parecía un líquido espeso, oscuro y maloliente, comenzaba a soltar vapores que formaron una niebla a su alrededor para luego desvanecerse. Cuando el vapor se desvaneció el ente se mostraba ante ellos en lo que parecería un humano si no supieran ante qué se hallaban. Era alto, más alto que todos, su piel era pálida de un color grisáceo y sin brillo. No tenía ojos, sólo un par de huecos donde deberían ir, y su cabello flotaba a su alrededor en finos mechones negros, al igual que su atuendo; una especie de tela que envolvía su cuerpo sin cernirse a él. Nadie supo asignarlo a algo que conocieran, su rostro imponía. Tenía una delgada línea por boca, los pómulos afilados y sin cejas u otro vello facial, podría ser tanto hombre como mujer.

- No habrá niños. - repitió el mismo hombre con el miedo creciendo en su interior.

El monstruo sonrió, mostrando los dientes afilados de una bestia.

- Deberán sustituirlos con un ancianos, entonces.

El hombre asintió, y un suspiro ahogado recorrió a la multitud.

- Quiero 13 de ellos. - el hombre volvió a asentir. - Trato hecho, humanos. Vendré por lo que me corresponde cada treceavo día del séptimo mes.

- Eso es dentro de una semana. - una voz se alzó al fondo del gentío.

- Pues vayan despidiéndose de sus ancianos. - dicho esto, una nube de humo negro envolvió al monstruo y desapareció.

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