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El hogar de Félix consistía en una estructura de una sola planta construida de la tal forma que fuese fácil mantener cierto grado de privacidad en caso de tener invitados (sobre todo si no son cercanos a la familia).

     Cuando cruzaron la puerta principal, Jade observó que había tres aberturas: a la derecha una sala de estar, a la izquierda una cocina-comedor y en el medio un pasillo. Supuso que esa galería daba a los dormitorios y al baño.

     —Tengo que volver a mi oficina —dijo Arthur—. No te olvides de mostrarle la casa a Jade, diviértanse.

     Mientras el hombre se perdía en el interior del pasillo, escucharon el sonido de unos pasos energéticos.

     —¡Félix!

     Un niño de aproximadamente once años rodeó al castaño en un fuerte abrazo y apoyó la cabeza en panza.

      —¿Qué pasa, Sam? —sonrió, revolviendo el cabello rubio del pequeño.

      Una adolescente con la misma cabellera castaña que él pero con ojos azules de su padre lo abrazó. Félix tensó los hombros, todavía no se acostumbraba a esas muestras de afecto. Aun así correspondió el gesto y también le preguntó cómo les fue en la escuela.

     —Nos inscribimos al concurso de la escuela –respondió.

     —¡Sí! ¡Me anoté a dibujo y Natalie a las olimpiadas de matemáticas!

     El niño movía el cuerpo en su sitio energéticamente, como si hubiese comido demasiadas golosinas. Jade no pudo evitar reírse con simpatía ante tal escena, por lo que por fin los dos hermanos se percataron de su existencia.

     El ruido alrededor de ellos disminuyó, saludándola con curiosidad. El más pequeño, sin ningún tipo filtro, preguntó:

     —¿Es tu novia?

     —¡Sam! Es mi amiga —contestó.

     Natalie golpeó la frente de su hermano menor y lo empujó con suavidad en dirección a la cocina. Miró por encima de su hombro a Jade, murmuró una disculpa muy apenada, provocando una risa silenciosa en ella.

     Ella giró medio cuerpo en dirección a Félix:

     —¿Qué se siente ser el mayor y el hijo único? —paró de reír.

     —Raro, no se compartir espacio con tantas personas. Bueno "era" el único, ¿cierto?

     Se preguntó si estaba haciendo un buen papel de hermano mayor. No sabía mucho de los niños salvo por las cosas que aprendió los últimos días mientras interactuaba con ellos. En los recuerdos del Félix original los amaba muchísimo, por eso había muchas preguntas en su cabeza: ¿estaría haciendo un buen trabajo? ¿Ellos sentirán el mismo apoyo, afecto, cuidados y confianza que tenía su verdadero hermano? No lo sabía.

     "Haré lo que pueda" —aseguró y desvió su atención a Jade.

     Ella dejó caer algunas palmadas en la espalda de su amigo y caminaron hacia la cocina. Una vez allí se sorprendieron cuando descubrieron que la mesa estaba hecha un desastre: el mantel sucio, el paquete de harina roto, el cartón de leche medio vacío y cubiertos varios desperdigados por toda la superficie.

     —Queríamos preparar panqueques... —confesó Sam.

     Félix vislumbró la plancha redonda que se suele utilizar para ese tipo de preparaciones sobre la primera hornalla a la derecha. En la encimera de al lado, había un bol a rebosar de la preparación y un plato con algunos panqueques, todos rotos y crudos o quemados. Además toda la superficie debajo estaba manchada de harina, cascara de huevo entre otras cosas.

Rompimos la tramaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora