4. Latidos.

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Los minutos pasaban, la cabeza del bebé aún sin nombre ni sexo amenazaba con salir, pero Alicia aún no sentía esas terribles ganas de pujar.
Tan sólo dolor, un dolor insufrible que creía que le partiría en dos.
Con gritos contenidos y ahogados intentaba respirar, sin conseguir gran avance.

Lo dos hombres sólo podían intentar calmarla, secarle el sudor y darle agua a pequeños sorbos, pero a estas alturas no sabían muy bien qué tenían que hacer.
Tenían asumido que aquel bebé nacería allí, pero por mucho que pasaran los segundos, cada vez se sentía más extraño y el ambiente se cargaba de rara energía.

- No puedo más - Apretó Alicia con fuerza la mano de el profesor a la vez que las venas del cuello luchaban por no estallarse ante aquella dolorosa presión. - Sácamelo. - Dijo cerrando los ojos y tragando la saliva.

La mano de Alicia subió hasta el cuello de la camisa de el profesor y agarró con fuerza.

- Sácamelo. - Dijo con tono de amenaza mirando fíjamente los ojos detrás de aquellas gafas.

El Profesor calló.

- Alicia - Mencionó Marsella. - No podemos rajarte y sacarte al niño. Está justo ahí.

- No tienes ni puta idea. - Dijo entre sollozos. - No sé qué cojones habrás tocado pero de ahí no sale nada.

- Entonces habrá que hacer que quiera salir - Dijo el profesor. - Hay que ayudarla con los pujos. - Dirigiéndose a su compañero.

Marsella asintió.

- Escucha. - El Profesor dio un toque suave en el hombro a Alicia. - No sientes ganas de empujar, pero hay que hacerlo. No sabemos cómo está, y sabes que tiene que salir. Tal vez vayas sintiendo las ganas según lo hagas. - Dijo no muy seguro de sí mismo.
-  Vamos Alicia, eres un puto huracán.

El corazón de Alicia se estremeció, a la vez que todo su cuerpo se desvaneció. Un desmayo inundó todo su cuerpo.

Germán solía decir algo pareciendo cuando en momentos de ira ella se enfadaba y se le pasaba a los cinco minutos. Un huracán.
Casi siempre las discusiones comenzaban y acababan así. Y jamás las echó tanto de menos.
Si al menos tuviese su mano cerca, o su olor... Todo sería mucho más sencillo. Incluso aunque hubiera dificultades.

Aquel bebé era esperando, amado desde el primer momento del positivo en la prueba.
Ambos querían ser padres, pero en especial él. Soñaba con tener una familia a la que abrazar, esa mujer tan jodidamente cariñosa a su lado siendo la madre de sus hijos.
Y ella lo sabía. Se mentiría a sí misma si dijese que no lo hizo sobretodo por él, pero es que todos los planes cobraban sentido a su lado.
Fue entonces cuando ocurrió la desgracia. Y si bien otra madre hubiese acogido a ese bebé y tirado para delante con el embarazo con más fuerza que nunca por los dos, ella se negaba a tener un hijo si no era con él.
Ya era tarde para echarse para atrás, y fue entonces cuando su corazón se fue con su marido. Todo de él. Y decidió meterse al juego. Sin ningún tipo de escrúpulos, sin ningún tipo de sensibilidad. Sólo con un objetivo: ganar. Ganar para no pensar en la vida que crecía en su interior.
Pero una vez que ya tenía a su enemigo nato, ¿qué quedaba?
Ahora ese hombre apretaba su mano con fuerza para ayudar a nacer a la criatura.
¿Qué sentido tenía ahora todo esto?

- Eh, eh! - Exclamó El Profesor dando pequeños golpes en la cara a Alicia. - Despierta! - Agarrando su cara.

- Joder... Tiene que empujar o el bebé perderá oxígeno si está mucho tiempo ahí atascado. - Exclamó Marsella mientras se levantaba a coger más agua. Se la echó por la cara.
Mientras, el Profesor seguía con los toques.

Y como si en algún lado del universo Germán hubiese escuchado sus pensamientos mientras la inconsciencia le invadía, parececió dar un empujón para que todo siguiera su curso.

- ¡Ah! Dios. - Exlamó Alicia despertando del breve desmayo debido al dolor.
Ambos hombres quedaron aliviados, a la vez que jodidamente asustados.
Pasó de estar prácticamente tumbada a ligeramente incorporada. El cuerpo se lo pidió.

Sin avisar y con los dos hombres agachados cerca suya, comenzó a pujar sin previo aviso.

Los gemidos de dolor de Alicia inundaron todo el lugar. Rápidamente, Marsella se colocó entre las piernas de Alicia tratando de vigilar el proceso. El Profesor apretaba su mano fuertemente, casi pareciendo que él también hacía los pujos.

Otro pujo más. Otro más. Otro. Y otro.

No puedo -. Dijo desesperadamente entre lágrimas observando a Marsella entre sus piernas. - No puedo... No tengo fuerzas.

Marsella se quitó un momento de donde estaba y se puso a su lado. Alicia le observaba como podía borrosamente.

- Ya está ahí. Le tienes a nada. Sólo unos cuantos más. - Dijo apoyando su mano en el hombro.

El profesor mientras cambió de lugar a Marsella y ahora era él quien vería cómo el hijo de aquella mujer vería la luz por primera vez.

Marsella cogió suavemente la mano de Alicia con ambas manos.

- Ya lo he hecho antes, Profesor. Déjame a mí.

- No. - Paró Alicia a Marsella en seco. - Quédate aquí, por favor.

Cedió. Y ahora era el profesor quien tenía que dejar toda la vergüenza, inseguridad y miedos atrás y acoger a ese nuevo ser.

- Vamos. - Dijo el Profesor firme a Alicia.
Ella asintió, Marsella apretó su mano con fuerza y Alicia cogió impulso para otro nuevo pujo.

- Ya no queda nada. Está ahí. ¡Vamos! - Dijo con fuerza el profesor mientras veía asomar la cabeza claramente. 

Alicia observó a Marsella a su lado y en él se imaginó la cara de Germán. El ánimo, las palabras y la fuerza que necesitaba salieron a flote y ahora todo parecía un perfecto equilibrio entre tres. Dos de ellos habiéndose jurado la muerte, y el cuarto luchando también por llegar al mundo.

Un empujón más.

Un grito desgarrador retumbó por toda la opaca sala, y un llanto lleno de energía creó una perfecta sintonía.
El llano del bebé mezclado con su madre.

Alicia calló con la respiración agitada y los ojos cerrados. Y cuando escuchó aquel llanto tan agudo, los abrió lentamente para observar lo que había nacido de entre sus piernas.

- Es una niña. - Dijo El Profesor con emoción y una sonrisa de puro logro.

- Enhorabuena mamá. - Le sonrió Marsella.

Aún con el cordón umbilical unido sin cortar conexión entre madre e hija, el profesor puso a la bebé en el pecho de su madre con aún llanto entrenando sus formados pulmones.

La expresión de Alicia era indescifrable, se quedó sin saber qué hacer, o cómo reaccionar. Sólo observó a su bebé llorar, sin tocarla.

Marsella debido a la experiencia fue a sacar la placenta, y el profesor de nuevo se puso de lado de Alicia.

- Eh, es tuya. - Dijo con una sonrisa a Alicia. - Es tu niña.

- Mi... Niña. - Pudo por fin Alicia articular con una pequeña sonrisa tocando la cara de su pequeña con suavidad y sujetando como pudo sus extremidades. La pequeña buscó su olor.
Cerró los ojos y sintió el calor de su bebé en su cuerpo.

Ahora ambos latidos eran uno sólo. Por fin.





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