Capítulo I: Dimitir

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Carpa de policía | Banco de España

La tensión casi detonante que flotaba dentro de la carpa policial se volvía cada vez más pesada con el correr de los minutos, todos los presentes allí dentro sabían que las cosas explotarían en cualquier momento, lo que no tardó en suceder. ¿La causa? Uno de los atracadores en todos los noticieros del país, ¿La consecuencia? La reunión que Tamayo organizó de manera improvisada con Prieto, Ángel y Alicia para cuestionarles lo que había ocurrido en el desierto de Argelia.

Sierra se mantuvo sentada en una de las incómodas sillas de metal, durante el corto tiempo que duró la rueda de prensa de Alfonso Prieto en el Ministerio del Interior, el cual, obligado por Tamayo, intentó desmentir las acusaciones en su contra, tal y como había previsto el Profesor, quien una vez más, había atacado sin reparos a la policía.

Ella supo que era una causa perdida desde el momento en el que vio a Aníbal Cortés a través de aquella pantalla, enumerando cada una de las atrocidades que el Gobierno, sus colaboradores y ella, habían cometido en su contra. Sabía que el Profesor no iba a quedarse quieto durante mucho tiempo, y tal y como lo supuso, allí estaba de nuevo.

Y con la derrota que se avecinaba, por primera vez en meses, Alicia sintió el peso real del cansancio y las noches sin dormir en cada partícula de sus huesos; le dolía la espalda, tenía náuseas y podía percibir cómo se le habían hinchado los pies dentro de las botas. Sin embargo, intentó apartar el malestar hasta el rincón más remoto de su mente, pues no era el momento para sentirse ni mostrarse débil.

Jugueteó con un bolígrafo mientras veía cómo Prieto se retiraba de aquella sala de conferencias, escoltado como un criminal, y de fondo, podía oír el sonido amortiguado de una discusión entre Tamayo y Suárez.

“Estamos jodidos” pensó, sin siquiera atreverse a admitirlo, mientras mordisqueaba la punta del cilindro de plástico.

—A ver, atento todo el mundo —oyó decir a Tamayo por encima de sus pensamientos, mientras éste chasqueaba los dedos—. Necesito que salgáis todos excepto los imprescindibles; respiráis, tomáis un café y en cinco minutos volvemos al trabajo.

Tamayo se acercó a ella cuando la carpa quedó vacía y se dejó caer en una silla al lado suyo.

—Ay, Alicia... —hizo una pausa casi dramática al suspirar—. Hemos intentado salir a desmentir, pero ahí estaba el hijo de puta del Profesor esperándonos con las pruebas en la mano, ahora la única manera de salir de esta es asumiendo.

A Alicia se le revolvió aún más el estómago al darse cuenta de que nada bueno saldría de esa conversación. Y, para su desgracia, su inteligencia le hizo entender demasiado rápido a dónde quería llegar el coronel.

—Y, ¿A quién le toca asumir? —cuestionó, más para sí misma, sintiendo un nudo formándose en su garganta.

—Por el CNI, Prieto... —respondió Tamayo, evitando sus ojos—. Por la policía tú... —entonces suspiró y finalmente levantó su mirada, fijándola en ella—. Necesitamos que hagáis de cortafuegos para dejar limpias las instituciones.

Ella asintió, apartando la mirada del hombre y acercándose el bolígrafo a los labios.

Sus años de experiencia trabajando para el cuerpo de Policía, sus bastos conocimientos sobre las ciencias políticas y la Constitución; la cual le había otorgado el poder del cual había abusado, le proporcionó todo lo que necesitaba para comprender cómo funcionaba realmente el sistema, por detrás de lo que las personas comunes conocían.

Ellos no cederían, no importaban su jerarquía, años de servicio, o las funciones que desempeñaba hasta entonces. Lo cierto era que la estaban arrojando al pozo, sin una soga a la cual sujetarse, sin respaldo y a su propio beneficio.

Fácil de romper Donde viven las historias. Descúbrelo ahora