Capítulo II: Jaque Mate

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Rueda de prensa | Ministerio del Interior

Alicia Sierra caminó sin vacilar por el pasillo que la conduciría a la misma sala de conferencias del Ministerio del Interior, en la cual hacía unas horas había visto a Prieto por la televisión.

Apenas y atravesó el largo corredor, los fotógrafos de los medios comenzaron a cegarla con sus flashes, revoloteando a su alrededor como moscas; sedientos por obtener alguna exclusiva de la inspectora que llevaba la negociación del atraco al Banco de España, derrotada y a punto de claudicar.

Sin embargo, en ese instante nadie notó que en todas las fotografías aparecía con una sonrisa casi diabólica, con los grandes ojos azules brillándole con éxtasis, mientras sus altos tacones repiqueteaban sobre el suelo y su larga coleta cobriza se balanceaba con ímpetu al pasar entre la gente.

Luego de su reunión con Tamayo, se había tomado el tiempo de abandonar la carpa y conducir hasta su casa para darse una ducha y cambiarse de ropa, creyente de que así podría drenar el cansancio y el molesto dolor de su cuerpo. Pero comenzaba a irritarle el hecho de que en los últimos días parecía tener más consciencia física que mental, y mientras se pintaba los labios de rojo frente al espejo, pudo notar el agotamiento trazando las líneas de expresión de su rostro, el cual ni el maquillaje pudo ocultar.

Cuando llegó y se posicionó detrás del podio, los periodistas ya la estaban esperando al otro lado del auditorio para acosarla con preguntas, al igual que el Profesor en su escondite y Tamayo en la carpa, ambos impacientes por saber qué tenía para decir, este último, sin siquiera imaginarse lo que ella le tenía preparado.

Con una mirada, Alicia inspeccionó el lugar rápidamente; dos guardaespaldas de la propia policía la custodiaban por detrás, mientras que cientos de pares de ojos, micrófonos y cámaras la escrutaban con atención. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral, sabiendo que una vez que comenzara a hablar no habría vuelta atrás, pero así como ese pensamiento intrusivo apareció, se desvaneció cuando la primera pregunta llegó.

—¿Es verdad que usted mandó traer a la hija de Ágata Jiménez, alias Nairobi para que se acercase a la ventana y así poder dispararla? ¿Murió de ese disparo? —preguntó una mujer de pelo rubio y abrigo verde que sostenía una libreta en sus manos.

Sierra entrecerró los ojos.

—Eso es absolutamente falso... —respondió, mirándola directamente y entonces soltó la primera bomba—. No era una niña, era un niño. De nueve años y sí, lo mandé traer. Con el conocimiento de mis superiores, por supuesto. Le disparamos en el pecho y después impedí que un médico entrara a operar.

Todos los presentes comenzaron a murmurar entre sí, algunos reporteros negaban con la cabeza en cuanto otros parecían incrédulos, mientras garabateaban en sus dispositivos, llenando el ambiente de más incertidumbre.

Ella continuó.

—Le salvaron sus compañeros. Fue para nada, la ejecutó el jefe de seguridad del Banco de España, Gandía... auspiciado por el Coronel Tamayo, todo hay que decirlo —Alicia disfrutó brevemente imaginarse la cara de Tamayo en la carpa—. Más preguntas.

—Es también cierto que ese tal Osman, no sé si usted conoce, ¿enterró vivo a Cortés? —preguntó un hombre.

—Sí, lo enterramos vivo, en Timimoun. Por supuesto que conozco a Osman, es un profesional. Es capaz de enterrar a un hombre y dejarlo tiritando como un pajarito sin que se le muera —Alicia dijo con suspicacia.

Una mujer preguntó en japonés, si habían utilizado sustancias ilícitas en el proceso, a lo que se valió del traductor para comprender lo que decía.

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