Capítulo III: Traición

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Estanque de Tormentas | Madrid

El goteo continuo del agua al chocar contra el suelo era lo único que se mezclaba con la respiración agitada del Profesor. Alicia sostenía la pistola con firmeza frente a él, permaneciendo siempre alerta ante cualquier movimiento, mientras sus ojos vagaban con avidez por toda la habitación.

Lo primero en lo que se fijó fue en los monitores encendidos a su alrededor, emitiendo luces intermitentes e imágenes del sistema de circuito cerrado que rodeaba tanto al Estanque como al Banco de España.

"Este cabrón lo tenía todo controlado." Pensó, volviendo su mirada al hombre parado frente a ella, tieso como una estatua.

Éste tenía los brazos pegados a cada lado de su cuerpo, temblaba ligeramente, tragando con dificultad; como si su corbata lo estuviese estrangulando. Alicia reconocía esas señales, había pasado la mitad de su vida trabajando en casos difíciles de resolver, encerrada con delincuentes hasta altas horas de la noche en una sala de interrogatorios, atosigándolos hasta el cansancio por una miserable pizca de información.

Y, en base a lo que conocía de este hombre, pensó que no sería diferente. Sólo necesitaba encrudecer sus tácticas, y sabía exactamente cómo hacerlo y por dónde empezar.

Por un segundo se vanaglorió por haber llegado tan lejos, siendo capaz de dar con la cabeza de aquel atraco; el hombre más buscado por la Interpol y los servicios de inteligencia de toda España, en cuestión de horas y sin ningún tipo de soporte por parte de la policía. Momento de abstracción que el Profesor aprovechó para abalanzarse sobre ella, en un intento de desarmarla y dejarla fuera de juego.

La inspectora, con todos sus reflejos activados, desvió su brazos milimétricamente, sorprendentemente más rápida y ágil que él considerando su condición. Y sólo un amago bastó para que presionara el gatillo por segunda vez esa mañana.

Él se paró en seco, la bala pasó tan cerca que hasta pudo sentir el calor del metal rozando su rostro, Sergio la miró asustado, tragando saliva.

—No me obligue a dispararle porque estoy deseando matarle —dijo entre dientes, balanceándose sobre sus propios pies.

Las punzadas que la habían despertado en la madrugada no se habían vuelto a aparecer, reduciéndose a un dolor incómodo parecido a los cólicos menstruales que recordó haber tenido en el pasado, la tregua perfecta que necesitaba para atrapar al Profesor.

Alicia se acercó aún más, clavando sus ojos oscuros en él.

—Soy la mujer de un hombre muerto, una policía deshonrada, una torturadora para la gente que me quiere, gracias a usted —dijo con dureza, sin dejar de apuntarle—. Y si no le estoy vaciando el cargador en la puta cabeza es porque alguien va a necesitar de mí los próximos dieciocho años.

Se llevó una mano a su barriga muy redonda, la cual el abrigo apenas lograba esconder, haciendo énfasis al hijo que estaba esperando.

El hombre no apartó los ojos de los suyos, en los cuales notó un destello de miedo al pronunciar esas últimas palabras. Probablemente ella nunca lo sabría, pero en ese momento él no la vio como una inspectora que lo había perseguido hasta la extenuación, sino como una mujer solitaria huyendo de la policía, una madre desesperada por proteger a lo último que le quedaba. Un ser humano que se había quedado sin tiempo, sin otra salida, alguien que simplemente no tenía algún lugar a dónde ir.

Alicia notó esa mirada, por lo que se recompuso de inmediato.

—Pero la línea es muy fina. Y si me obliga a cruzarla lo voy a hacer, con una sonrisa en la cara —murmuró casi jadeante, como si le dificultara respirar. Dio un paso al frente—. Aquí es donde vive, aquí se esconde... En el agujero más infecto de todo Madrid —señaló la habitación, sonriendo con sorna—. Claro, que vive como lo que es: una rata.

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