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Es increíble lo diferente que puede verse el mismo escenario de noche y de día, cuando las sombras se disipan y los demonios desaparecen

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Es increíble lo diferente que puede verse el mismo escenario de noche y de día, cuando las sombras se disipan y los demonios desaparecen. Desperté con los últimos rayos de sol de la mañana colándose por el filo de las persianas. Me dolía la cabeza y la espalda, no había dormido en mi habitación y me encontraba recostada en una posición hiriente sobre los tres primeros peldaños de la escalera.

Entonces, la helada cubeta del recuerdo me trajo a la mente lo que había sucedido hacía tan solo unas horas. El perro negro, real e imponente en igual medida, y en medio de nosotros, los rastros de una taza que se había hecho añicos contra el suelo, la reconocí, la había olvidado sobre una de las cajas del pasillo.

No había forma de que hubiera entrado, ¿por dónde? Yo había trabado la puerta con una silla, no había señal de haber una ventana abierta o rota y, sin embargo, allí estaba, erguido sobre sus cuatro peludas patas observándome con fijeza, sus colmillos asomados ligeramente en señal de clara amenaza.

A pesar de ello y en contra de lo sensato, solo me basto con respirar profundo para asimilar la situación carente de lógica y tratar de dejar el miedo a un lado, «no pasa nada», pensé, «quizás sigues dormida». Ante aquella idea, surgió en mí la necesidad de acercarme y lo miré directo a los ojos, sabía que no debía hacerlo porque podría sentirlo como un desafío, pero no me importó.

Di un paso, nada, di otro paso, pareció retroceder, y otro. Es absurdo, tal vez lo imaginé, pero pude ver confusión en sus ojos, se sentía acorralado, aunque yo solo quería acariciarlo. De pronto, me pareció que iba a sentarse dócil, pero no, solo tomó impulso para abalanzarse en mi dirección y derribarme, no reaccioné a tiempo, lo empujé con todas mis fuerzas y luego pensé en todas las veces que mi padre me había dicho en broma, «si un perro te muerde tú también puedes hacerlo», así que lo hice, también porque no se me ocurrió que otra cosa hacer. Aulló y con furia me arrancó un mechón de cabello al tiempo que desgarraba el hombro de mi camiseta, en un intento por alejarme y retroceder me golpeé la cabeza contra la pared y tal vez fue el intenso dolor, o la impresión, o el golpe en sí, pero el punto es que, todo se apagó y no supe más del impredecible huésped.

Por la mañana no había rastro de lo ocurrido, la silla seguía contra el pomo de la puerta con las dos cerraduras y el seguro puestos, me apresuré a buscar en todas las habitaciones y aquel ser de la noche no apareció en ningún momento, ¿lo había soñado todo?, si era así ¿cómo me había lastimado la cabeza? Ya sentía un bulto hinchado creciendo debajo del cuero cabelludo y mi camiseta tampoco se encontraba intacta, el espacio dónde me había arrancado el trozo de cabello me ardía con fervor, pero estaba sola, lo había comprobado abriendo hasta los armarios y las más pequeñas gavetas. No sabía que parte me desconcertaba más, si la desaparición de aquella criatura que se había ido sin dejar rastro alguno, o el hecho de que parecía haber ascendido desde lo más profundo de mi subconsciente, encarnando a uno de los personajes que solían protagonizar mis pesadillas.

Alma obsidianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora