27. Nada

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Nada

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Nada.

Nada.

Y más nada.

Cuando me di cuenta de que me estaba enamorando de Neyen me di cuenta de lo mucho que me aterraba la idea de que sucediera lo inevitable, de que llegara el momento en que me rompiera el corazón, porque nunca antes había tenido sentimiento más profundo y abrumador atrapado dentro de mí.

Sabía que llegaría tarde o temprano, con cada segundo que pasaba a su lado, sentía como el otro contador desminuía dejando más próxima la fecha final, así que no me asustaba el hecho como tal, sino la incertidumbre de no saber si sabría recuperarme. Porque antes de Tanta, había estado en las peores condiciones, con el mute activado para que cualquier ruido del exterior se mantuviera al margen, actuaba como un zombie, con un sueño constante y pesado sobre mí. Y Tanta me había despertado, la idea del cambio y el progreso, la promesa del futuro y Neyen, Neyen también me había devuelto a la vida, y sabía que quizás era estúpido, que el tiempo juntos no se podía comparar quizás con el reto de nuestros años de vida, que en realidad no había sido ni siquiera un suspiro en la vida de ninguno, que ni siquiera habíamos tenido tiempo de saber en lo que se podía convertir, ni tampoco habíamos tenido la oportunidad de adivinar si iba a funcionar o no.

Era injusto en más de una forma.

Lejos de importarme la efímera historia de amor, me importaba él, quien había nacido solo para venir a sufrir, a quien le habían arrebatado todo solo para devolverle la más precaria de las existencias, a quien le habían obsequiado dones con los que cualquier humano hemos soñado con poseer alguna vez, pero que ni siquiera podía aprovechar en libertad, él decía haberse enamorado de mí y le creía, pero yo también estaba consciente de que eso había sido resultado de una combinación de circunstancias muy específicas y no dejaba de preguntarme cómo habría sido su vida sino hubiera estado tan limitado por ellas, quizás, quizás nunca se habría fijado en mí de no tener el poder de entrar a hurtadillas en mis sueños, tal vez se habría enamorado una docena de veces, habría asistido a la universidad como yo, habría conseguido algún empleo que odiara como al que yo había renunciado, se habría convertido en un botánico que defendiera a las cactáceas del desierto, o se habría vuelto un feliz paisajista o tal vez, tal vez habría puesto su propio jardín botánico o un vivero a mitad de la carretera, se habría enamorado de alguna chica a la que le gustaran los girasoles y habrían tenido una vida hermosa con una familia hermosa. Ni siquiera me importaba si su vida no se cruzaba nunca jamás con la mía, con tal de que viviera, con tal de que fuera tan feliz como siempre había merecido.

Aquel fue mi único y más profundo deseo el día que lo perdí, y al día siguiente y el día que le siguió a ese y el siguiente de ese.

Y nada.

Nada.

Y más nada.

También me encontraba enojada, furiosa, no con él por haberme engañado porque después de todo sé que él tenía razón, que si me hubiera dicho el precio de acabar con Zulema, jamás hubiera aceptado ninguna parte del trato, habría preferido morir yo en su lugar y no me habría importado que él siguiera viviendo bajo la esclavitud de la bruja, porque al menos sería algo, sabía que era egoísta mi forma de pensar, pero así era y me enojaba que yo no me hubiera dado cuenta de su gran mentira, que estaba tan ocupada en ser feliz y soñar despierta que nunca me pasó por la mente que me estuviera mintiendo, o quizás sí, quizás sí me paré a pensar que algunas cosas de las que me explicó en el lago eran absurdas y contradictorias pero necesitaba aferrarme tanto a ello que decidí ignorar mis propios cuestionamientos con tal de ser feliz.

Alma obsidianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora