23. Promesas

7 0 0
                                    

Fue el cantar de las aves en conjunto con el cielo gris matutino y la brisa propia de esa hora que recoge las hojas desprendidas de los árboles y arbustos, lo que me despertó con una sonrisa grabada en el rostro, tuve que recordar porque me había ...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Fue el cantar de las aves en conjunto con el cielo gris matutino y la brisa propia de esa hora que recoge las hojas desprendidas de los árboles y arbustos, lo que me despertó con una sonrisa grabada en el rostro, tuve que recordar porque me había quedado dormida con aquella expresión, pero en cuanto los recuerdos de las horas anteriores cayeron sobre mí en forma de llovizna mágica mi felicidad solo se incrementó hasta llenar mi pecho por completo, como si lo que sentía pudiera ser algo tangible y visible, una esfera de luz incrustada justo a lado de mi corazón que me hacía brillar por cuenta propia, algo que ninguna fuerza podría destruir, algo que al abrir los ojos y comprobar que era cierto solo me hizo la persona más fuerte de la Tierra.

Quería detener el tiempo, quería que Neyen no sintiera el peso de mi mirada sobre él, ni la interrupción de mi respiración pausada, quería poder memorizar cada milímetro de su piel, cada facción, cada lunar, cada detalle, congelar la perfecta imagen que componía su rostro relajado, rodeado de tan refrescante paisaje.

La bruma alrededor de la isla aún era espesa, pero ya comenzaba a desvanecerse, algo que no me preocupó en lo absoluto, debían ser casi las siete de la mañana, era tiempo perfecto para vestirnos y salir de allí antes de que alguien nos encontrara. De pronto me di cuenta de que el tiempo había transcurrido sin que hubiera ocurrido uno de esos acontecimientos aterradores que tanta ansiedad me provocaban, increíble, tan solo un día antes me preguntaba cómo pasaría aquella noche sola, en casa de mi amiga, preguntándome si la viviría para contarla, sin imaginarme que Neyen se había asegurado de volverla lo más tolerable para mí y no solo eso, si no que la había vuelto inolvidable.

Apenas habíamos dormido unas cuantas horas porque gran parte de la noche la habíamos pasado charlando, no de Zulema, ni de magia antigua, no de las cosas que deberíamos enfrentar al salir el sol, ni de cómo llegamos allí, sino de la vida, de todo y nada a la vez, de tonterías, él se había empeñado en hacerme las preguntas más específicas y aleatorias que se le ocurrían como el nombre de mi primera mascota, mi aroma favorito, la flor que más me gustaba, si en el colegio llevé buenas notas, las cosas que haría de ser millonaria, los lugares que siempre había soñado con visitar, era como si quisiera recopilar la mayor cantidad de datos sobre mí para reponer el tiempo que habíamos vivido confundidos con nuestros propios sentimientos, me desconcertaba y me entusiasmaba en igual medida, porque yo también moría de curiosidad por saber todos esos detalles de su vida y de su mente que parecía ser tan bella, compleja y atormentada, sentimiento acentuado también por el hecho de haber visitado su habitación que me hacía preguntarme y admirar tantos aspectos de él, sentía que éramos un par de almas solitarias, corazones lastimados por el destino que se habían encontrado fruto de las mismas desgracias que un día habíamos maldecido, sin comprender, que cada decisión, cada día en soledad y cada prueba superada nos conducirían a ese único instante, a encontrarnos el uno frente al otro, contra todo pronóstico, a pesar de los números y las infinitas posibilidades. Solo él y yo al final del túnel.

Él me hacía creer que todo el dolor había valido la pena, que sí había una recompensa después de todo, que había esperanza, y que si lo lograbamos, podríamos vivir disfrutando de esto que habíamos encontrado, ya fuera una semana más, un mes más o quizás años, podía imaginarme un futuro en el que la angustia ya no existiera, en el que solo nos dedicaramos a ser la mejor versión de nosotros mismos, cuidando las cicatrices del otro, persiguiendo los sueños que habíamos postergado, él con la botánica, yo con la pintura, un futuro en el que los cumpleaños fueran más felices, en el que a la hora de cocinar bailaramos al ritmo de nuestra música, en el que nos ocuparamos las tardes de lluvia y los obstáculos los vencieramos de forma individual pero sabiendo que podíamos saltar con un paracídas a la espalda, el de un apoyo que ya había vencido hasta la magia más oscura. Podía, podía imaginarme tantas cosas y sabía que no debía, pero lo hacía.

Alma obsidianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora