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Una de mis películas favoritas es Basic Instinct. Tiene la dosis justa de suspenso y fuertes escenas eróticas, las cuales no aparecen de la nada, de manera forzada, sino que están relacionadas con la trama. Y claro, Sharon Stone está para partirla al medio.
Cuando, pasadas las diez de la mañana, Carmen llegó a casa, me vino el recuerdo de una escena de esa película. Y no me refiero a una de las tantas escenas de sexo precisamente.
La protagonista estaba implicada en un asesinato. Años atrás ella había escrito un libro, y en él se describía un crimen exactamente igual a aquel del que se la acusaba. A simple vista parecía una poderosa prueba en su contra, pero la protagonista esgrimió un argumento simple pero irrefutable: Si ella hubiera cometido el homicidio ¿lo habría hecho igual a aquel otro homicidio ficticio que se narraba en su libro? Ciertamente, eso sería autoinculparse. Nadie sería tan estúpido como para hacer eso.
Ahora aquella prueba que parecía ponerla entre la espada y la pared, más bien le jugaba a su favor. Era impensable que ella haya sido tan torpe, y mucho menos que lo haya hecho de manera deliberada. Todo parecía indicar que alguien trataba de inculparla.
Cuando Carmen llegó, con su gesto de aquí no pasó nada, me vino a la mente esa escena. Si me hubiese sido infiel ¿Sería tan tonta como para llegar tarde a casa, despertando así mis sospechas? Definitivamente sería más fácil aprovechar uno de sus pocos días libres, y mentirme diciéndome que debía ir a trabajar. Así podría llegar a casa en un horario normal sin levantar sospechas.
Carmen no dijo nada. Mantuvo su actitud serena y autoritaria de siempre. Sin embargo, me pareció percibir que esa apariencia de normalidad era forzada.
Se fue a duchar. Luego me dijo que se iba a dormir.
Dejé pasar un par de horas, en las cuales la desconfianza iba en constante aumento. ¿Era mi corazón herido o mi orgullo lastimado el que atormentaba mi alma? Quizá ninguno de los dos. Tal vez era el miedo ante la posibilidad de dejar de pertenecer a esa familia, y por consiguiente, a dejar de vivir bajo el mismo techo que Lelu, sin jamás haber concretado nada.
Aun así, necesitaba saber la verdad. Fui a nuestro cuarto, con el mismo sigilo con el que, entre sueños, había ido al cuarto de Lelu. Abrí la puerta. El picaporte hiso ruido, pero cuando entré, Carmen dormía profundamente.
Sólo vestía ropa interior blanca. Las sábanas estaban a un costado, ya que hacía calor, y mi mujer no era amante del aire acondicionado. La luz del atardecer entraba a raudales al cuarto, e iluminaban el delgado y bello cuerpo de mi esposa.
El celular descansaba sobre la mesita de luz. Toqué uno de los botones laterales, y la pantalla se iluminó. Deslicé mi dedo sobre el aparato, para quitar el protector de pantalla. El teléfono no estaba bloqueado, por lo que no era necesario poner código alguno. El ícono de WhatsApp esperaba a ser tocado. ¿Habría algo ahí? Carmen es inteligente y mañosa. Nunca dejaría mensajes incriminatorios. Salvo que quisiese que los encuentre, claro.
No sé —y hasta ahora sigo sin saberlo— si fue por miedo o por resignación. Pero, de momento, dejé el celular en la mesita de luz.
Me subí a la cama, y vi de cerca a Carmen. Dormía plácidamente. El estrés que sufría en su trabajo no se veía reflejado en su rostro.
Acaricié sus pequeñas tetas. Pellizqué su pezón. Carmen balbuceó algo entre sueños. Metí la mano en su entrepierna. La bombacha estaba húmeda. Yo no era el único con sueños lujuriosos, por lo visto.
El abundante vello del pubis no podía ser cubierto por la tela de la prenda íntima. Me excitó ver esa desprolijidad en la elegante y siempre prolija Carmen.
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La vi crecer
RandomEn medio de la cuarentena por la pandemia, un hombre comienza a sentirse atraído por su hijastra