XIII
A veces las cosas simplemente salen bien. Eso era lo que pensaba cada vez que me resultaba demasiado buena mi situación. Tenía a las dos mujeres de la casa dispuestas a saciar mis necesidades sexuales. Carmen se había rendido y ahora no sólo aceptaba mis exigencias, sino que ella misma buscaba mi verga por las mañanas. Sin embargo, era Lelu la que me colmaba de alegría. Haber concretado con ella, después de tantas fantasías, de tantas dudas, de tantos miedos, y sobre todo, después de arriesgarme a dejar mi moral y honestidad de lado, me generaban un sentimiento que jamás sentí. Se trataba simplemente de la felicidad.
Después de nuestra primera noche, no hubo mucho que charlar. Durante el día, mientras Carmen dormía, nos dábamos nuestro espacio, quizá más por temor que por otra cosa. Eso sí, cada tanto me la cruzaba en la concina, le pellizcaba su hermoso orto, o simplemente la besaba. Pero tratábamos de mantener la distancia, porque la calentura nos podía, y era muy arriesgado hacer algo mientras mi mujer estaba en casa.
Pero a la noche, cuando Carmen por fin nos liberaba de su presencia, nos arrancábamos las cadenas y nos dejábamos llevar por la pasión y el ingenio.
Nuestra segunda vez, fue la noche siguiente a la primera. No había motivos para esperar. Sin embargo, Lelu, quien cada vez se mostraba más perversa, fingió desinterés.
Cenamos frente al televisor. Le di muchos besos mientras mis manos se movían por todos los rincones de su cuerpo. Estaba con la polla como roca, y entonces Lelu me dijo:
—Me voy que tengo que hacer una videollamada.
—¿No pueden esperar las chicas? —pregunté, curioso.
—No es con las chicas.
No pregunté nada, pero esperaba que ella me aclarara con quién iba a hablar. Pero no dijo nada al respecto. Se fue con una sonrisa burlona a su cuarto.
Esperé una hora, dos horas. Llegó la medianoche y Lelu no salía de su cuarto.
Me decidí a mandare un mensaje, preguntándole si quería tomar unas cervezas. Pero me clavó el visto y no respondió.
Estaba indignado. Una mocosa no iba a jugar conmigo. Si se la daba de histérica, que se joda. Ya seria ella la que me buscaría después. Eso era lo que me repetía en la cabeza, pero la verdad es que no pude evitar mirar a cada rato el celular, a ver si me respondía.
Pero nada.
Estaba muy caliente. No me podía sacar de la cabeza todo lo que habíamos hecho el día anterior. Ya le conocía hasta los lunares que estaban ocultos en los lugares más recónditos de ese cuerpo despampanante capaz de enloquecer hasta al más fiel de los hombres.
No pude con mi genio. Me levanté. Estaba vestido sólo con mi bóxer, y la erección que estaba a media asta parecía una lanza dispuesta a lanzarse ante la primera provocación.
Fui hasta el cuarto de Lelu. Golpeé la puerta.
—¡No estoy! —gritó, bromeando.
Entré al cuarto. Lelu me esperaba completamente desnuda. Estaba boca abajo. Su pierna derecha flexionada, dejaba ver sus labios vaginales. Giró la cabeza, y me miró, sonriendo.
—Tardaste mucho. —Me dijo con un puchero en la cara.
Me quité el bóxer y me subí a la cama. Apoyé las manos en cada una de sus nalgas. Aun estando completamente abiertas, no podían abarcar totalmente el monumental orto de mi hijastra. Se lo estrujé con violencia, quizá como castigo por haber jugado conmigo.
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La vi crecer
AcakEn medio de la cuarentena por la pandemia, un hombre comienza a sentirse atraído por su hijastra