No sentía nada. No sentía dolor, no sentía miedo. Absolutamente nada. ¿Debería haberme asustado? Posiblemente, pero lejos de asustarme hasta supuso un cierto alivio para mí. El no sentir nada era reconfortante. Lo único que podía realmente sentir en aquellos momentos era como la vida se escapaba de mi interior. Podía sentir el charco de sangre que se había empezado a formar cerca de mi cabeza, donde debía de tener la herida después de que me hubiese golpeado con una de las lámparas con contundencia. Mis ojos lo único que alcanzaban a ver era el blanco techo de la habitación, pues aunque había intentando moverme, mis esfuerzos habían sido en vano. Era como si toda la energía hubiera desaparecido de mi cuerpo, como si me hubiese convertido en una muñeca de trapo tirada en el suelo que a no ser que alguien moviese, no haría movimiento alguno.
La oía en la lejanía. Oía el ruido de lo que me parecieron cacerolas, sartenes o cualquier elemento de la cocina moverse. Cantaba. ¿Una canción de Los Beatles? ¿De Whitney Houston tal vez? ¿De Queen? No sabría decirlo con exactitud, no era capaz de distinguirlo, sólo sabía que estaba cantando algo. Ajena a lo que me estaba ocurriendo a mí en el piso de arriba o quizás sólo fingía ser ajena… ¿cómo podía no saber lo que me estaba pasando si había sido ella la que momentos antes me había dejado tirada en el suelo después de atizarme con la lámpara? Noté como mis ojos empezaban a escocerme, la señal física de que iba a empezar a llorar de un momento a otro. Mi visión se tornó borrosa en el preciso instante en que la primera lágrima empezó a rodar por una de mis mejillas.
El dolor había desaparecido después de que acabase la tormenta de golpes o quizás había desaparecido durante. Imagino que todas las personas tenemos un límite de dolor y yo aquel día lo superé, quedando en aquel estado semiinconsciente en el que realmente no sentía ningún dolor más que el dolor emocional. Dolía que tu propia madre te hiciera aquello y aunque debería de estar acostumbrada, me seguía partiendo el corazón. ¿Acaso no era lo suficientemente buena para ella? ¿Tan mala hija era? Hacia todo lo que me pedía y aún así su furia recaía sobre mí… ¿qué era exactamente lo que hacía mal? ¿Qué era lo que debía cambiar para que aquello dejara de ocurrir?
Seguía cantando, feliz, mientras yo lloraba desconsolada tirada en el suelo de mi habitación y con aquel charco de sangre surgiendo de mi cabeza que se hacía más grande a mí alrededor a medida que iba pasando el tiempo. La esperanza empezaba a escurrirse entre mis dedos, la vida empezaba a desaparecer de mi cuerpo y mi visión se iba tornando más borrosa conforme pasaba el tiempo y la oscuridad empezaba a envolverme. ¿Cuánto tiempo estuve allí tirada? No lo sé, nunca me lo dijeron. La oscuridad simplemente me engulló casi por completo en el momento en que vi una silueta cruzar el umbral de la puerta de mi habitación.
Gritaba mi nombre o eso creí yo, porque ni tan siquiera era capaz de distinguir sus palabras o su voz. Lo único que pude notar fue la desesperación en el sonido que me llegaba. Su tacto suave sobre mi frente, su mano tomando mi mano y sus labios cerca de uno de mis oídos, posiblemente susurrándome algo, pero en el estado de semiinconsciencia ni siquiera supe que me decía. Lo único que pasó a continuación es que me vi absorbida por completo por aquella oscuridad que se había empezado a cernir sobre mí.
Los párpados me pesaban horrores y sentía la boca gangosa, como si me hubiera tragado un estropajo y la tuviera pastosa, extraña… Odié esa sensación en el momento en que empecé a sentirla al volver a la consciencia. Sentía la luz al otro lado de mis párpados que permanecían cerrados, oía el pitido incesante de lo que parecía una máquina. Me recordó a la televisión, a algunas de esas películas que mi madre veía por las noches donde alguien acababa en el hospital y las máquinas que había en la habitación hacían ese ruido. Un fuerte olor que en ese momento no supe que era la “esterilidad” del hospital inundó mis fosas nasales haciendo que en un primer momento hiciera todo lo contrario a lo que realmente deseaba hacer: apretar los párpados. Al final tras varios intentos frustrados conseguí abrirlos, para volverlos a cerrarlos antes de que pudiera pasar ni tan siquiera un segundo. La luz había dado en mis ojos y era tan fuerte que incluso me hizo daño. Los mantuve cerrados unos segundos antes de volver a abrirlos, más despacio y aunque tuve que cerrarlos por la fuerza de la luz que entraba a través de las ventanas, pude mantener los ojos abiertos.

ESTÁS LEYENDO
Phoenix
Ficção GeralLa historia de una sobreviviente... La historia de una vida... La historia de una persona... Una historia que podría ser la de cualquiera de nosotros.