Suelto al cerdo de la muerte

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El siguiente capítulo fue un pequeño tren de emociones: Artemisa suelta al cerdo de la muerte.

No es que Artemisa odiara a todos los hombres, solo a la mayoría.

—Gracias, por fin alguien se da cuenta.

Desde el instante de nacer, fue consciente de un detalle esencial: los chicos son asquerosos.

—Y eso es quedarse corto— dije. Percy asintió con la cabeza—espero que sepas que no te incluyo a ti es ese saco.

—Gracias— dijo el.

Claro que se había pasado siete meses metida en el vientre de su madre con su hermano, Apolo, a la espera de nacer. Todo aquel tiempo a solas con Apolo haría que cualquiera saliese con una mala impresión del género masculino.

No pude evitar reír otra vez, no se como Percy se las arregló para entender tan bien esa sensación.

Artemisa nació primero, seguramente porque estaba deseando largarse de allí.

—si y mucho

Al instante creció hasta parecer una niña de seis años y miró a su alrededor, a las diosas reunidas para ayudar a Leto.

—Vale —dijo—, ayudaré en el parto de mi hermano. Va a ser una lata. ¡Hervid agua! ¡Id a por más sábanas! Yo limpiaré.

—Pero el subnormal se empeña de decirse mayor- me quejé.

—¿Si sabes que solo es para darse importancia y molestarte?— preguntó Percy.

Si, si lo sabía, pero es otra oportunidad para molestar a Apolo por no saber contar.

Efectivamente, Artemisa ayudó a traer al mundo a su hermano gemelo. Desde ese momento, se convirtió en la diosa de los partos, protectora de los recién nacidos y los niños pequeños (junto con la otra diosa de los partos, Ilitía, con la que compartían responsabilidades). Cuando Apolo nació, y empezó a bailar y a cantar sobre lo genial que era, Artemisa dio un paso atrás y miró al cielo, exasperada.

—Siempre está así —le confió a Hestia—. Siete meses dentro del vientre, y no se callaba ni un segundo.

Me estremecí al recordar esos siete infernales meses, atrapada en un diminuto espacio, solamente con la compañía de Apolo. Aún no se como es que salí cuerda de allí.

Hestia esbozó una sonrisa amable. —¿Y tú, querida? ¿Cantas y bailas? —Ay, no. Pero tengo planes.

—Grandes planes— dije

—Eran buenos planes, siguen funcionando hoy en día— asintió Percy

¿Podrías llevarme a ver a mi padre? Hestia se llevó a la joven Artemisa al monte Olimpo, donde su padre, Zeus, estaba sentado en el trono, escuchando el informe sobre las formaciones de nubes que cada semana le daban los dioses del viento. Era tan mortalmente aburrido, que a Zeus le encantó tener una distracción.

Baje la mirada y apreté los puños, ojalá hubiera sido así. Percy no tenía la culpa de no poner lo que en realidad sucedió aquel día, el no estaba allí, y en su investigación sobre los dioses y sus mitos solo pudo colocar una o dos versiones de la historia. No puso lo que en verdad pasó por que había una versión mejor a eso, la ficción sobre la realidad.

—¡Eh, mira! —exclamó, interrumpiendo la presentación en PowerPoint del viento del sur sobre las zonas de bajas presiones—. Son Hestia y... y una niña. ¡Adelante!

Hestia entró en la sala del trono, con Artemisa de la mano.

—Mi señor Zeus, esta es tu nueva hija, Artemisa. Podemos volver después, si estás ocupado.

Las pruebas de la luna: el oráculo ocultoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora