Hormigas y soldados, todos gigantes. Se llevan a Sirenoman

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Los mimerkes deberían figurar en los primeros puestos de tu lista de monstruos contra los que no te gustaría luchar.

Atacan en grupos. Escupen ácido. Sus pinzas pueden partir el bronce celestial.

Y también son feos.

Las tres hormigas soldados avanzaron agitando y meneando sus antenas de tres metros de forma hipnótica, tratando de desviar mi atención del auténtico peligro que suponían sus mandíbulas.

Sus cabezas picudas me recordaban a las gallinas: gallinas con ojos oscuros y apagados y caras negras y acorazadas. Cada una de sus seis patas habría sido un magnífico cabrestante para la construcción. Sus descomunales abdómenes vibraban y palpitaban como narices que olfateaban en busca de comida.

Maldije en silencio a Zeus por inventar a las hormigas. Tenía entendido que un día se enfadó con un hombre codicioso que siempre robaba las cosechas a sus vecinos, de modo que lo convirtió en la primera hormiga: una especie que no hace más que buscar comida, robar y reproducirse. A Ares solía decir en broma que si Zeus quería una especie con esas características, podría haber dejado a los humanos como estaban. Solía decir que tenía razón en eso (para variar). Ahora como humana, no me hace gracia.

Las hormigas se dirigieron a nosotros moviendo sus antenas. Me imaginé que su hilo de pensamientos debía ser algo así como "¿Brillantes? ¿Sabrosos? ¿Indefensos?"

—No hagas movimientos bruscos —le aconseje a Percy, el ya tenía una mano en el bolsillo, preparando a Contracorriente.

—¡¿Pete?!— grité—. ¿Como se enfrenta a los mimerkes que invaden su territorio?

—Escondiéndome— respondió el, y desapareció dentro del géiser.

—Gracias— gruñí.

—¿Podríamos entrar al agua?— dijo Percy— tal ves pueda protegernos a los dos.

El problema es que el espacio era muy reducido como para una burbuja de aire, y de cualquier forma quedaría hervida en el agua.

—¿Que tal tu bandolera?— le dije— ¿que es lo que hace?

—Mechas cosas— respondió— es como un baticinturón, tiene almacenados varías muestras de agua, conchas marinas fosilizadas, y un sistema de congelamiento mágico, es para crear armas con hielo, o invocar agua en emergencias. No creo que nos sirva de mucho al lado de los géiseres.

Las hormigas se cansaron de esperar, avanzaron hacia nosotros. Retrocedí sin recordar el géiser a mis espaldas, al menos no hasta que el vapor me ampolló los omóplatos.

—¡Eh, bichos!— contracorriente se extendió en la mano de Percy, los destellos broce del arma lograron captar la atención de las hormigas.

Dos insectos se lanzaron contra el. La tercera hormiga siguió centrada en mi, aunque giró la cabeza, y aproveché la distracción para recolocarme en una mejor posición.

Percy corrió entre sus adversarias y cortó una pata a una y luego a otra con si Xiphos de bronce. Las mandíbulas de las hormigas mordieron el aire vacío. Los bichos soldados cojearon sobre sus cinco patas restantes, tratando de girar y se golpearon las cabezas.

Prepare mi arco, pero antes de poder siquiera colocar una flecha, el mimerke que me atacó disparo un chorro de ácido, en un rápido movimiento esquive el ataque, pero un poco de ácido cayó en la cuerda de mi arco, rompiéndola y dejándolo inservible.

Saqué mi nuevo cuchillo, pero ver la pequeña hoja de bronce no me dio la seguridad que debería, más bien me desalentó el echo de tener que acercarme al monstruo para atacarlo.

—¿Percy?— grité con cierta impotencia.

El estaba ocupado en sus cosas. Su espada volaba se un lugar a otro en arcos de destrucción, cercenando trozos de patas y cortando antenas. Nunca había visto a un espadachín con tal destreza, y he visto combatir a los mejores gladiadores. Desgraciadamente, su espada sólo hacía chispas en los gruesos caparazones de las hormigas. A pesar de la técnica de Percy, las hormigas tenían más patas, más peso, aunque Percy luchaba con más ferocidad, eso hay que admitirlo.

Mi adversario intentó modérenme. Conseguí evitar sus mandíbulas y con el cuchillo le hice un corte en una antena, sin embargo, con su cara acorazada me golpeó en un lado de la cabeza. Me tambaleé y me caí. Parecía que me hubieran llenado el canal auditivo de hierro fundido

Se me nubló la vista. Al otro lado del claro, las dos hormigas restantes flanqueaban a Percy empleando su ácido para llevarlo hacia el bosque. Uno de los géiseres, —el de Paulie— echo un chorro de agua hirviente, pero en lugar de una erupción común, el agua trazó un arco que atravesó el claro hasta llegar a Percy, y el agua impactó de lleno a el y a las hormigas.

—¡Percy!— la nube de vapor me impidió ver lo que sucedió a continuación, además, el golpe me había desorientado, por lo que no recordaba que el agua probablemente ayudaría a Percy.

La tercera hormiga se cernió sobre mi, echando saliva verde por las mandíbulas. Pero no todo podía ser malo para mi, con mi cerebro temporalmente fuera de servicio, mi instinto de cazadora tomó el mando, me agaché en el suelo para evitar un escupitajo de ácido, luego, en cuanto la hormiga se agachó para morderme, me levanté a toda velocidad y utilicé la cabeza de la hormiga como escalón, subí sobre el insecto y me di la vuelta rápidamente, apuñale la cabeza de la hormiga. Normalmente el craneo del mimerke hubiera destrozado la hoja de bronce, pero mientras bajaba el cuchillo, active el mecanismo que lo cubría de una fina capa de fuego griego, la hoja atravesó el craneo del insecto.

El mimerke intentó sacudirme de encima suyo, pero milagrosamente me mantuve sujeta. La hormiga avanzó dando tumbos hasta llegar a la boca de uno de los géiseres y calló en ella, yo logré saltar a un sitio seguro justo a tiempo.

Me quede acostada en el suelo, necesitaba un segundo para respirar. Sin embargo un grito de dolor de Percy me devolvió a la realidad.

Me volví a tiempo para ver a un soldado de como dos metros sobre Percy con su mano apretando su cuello. A sus pies estaban los dos mimerkes, hervidos dentro de sus caparazones.

El semidiós tenía los ojos nublados, y la sangre en su cabello parecía fruto de un buen golpe en la cabeza, no se veía en condiciones de invocar más agua, yo estaba mareada y adolorida, pero aún así me puse de pie.

—¡No!— grité, intenté caminar hacia allí, pero de los árboles salió otro soldado del mismo tamaño que el anterior.

—Corre— dijo Percy débilmente.

—No...

—¡Lárgate de aquí! ¡Es una orden!

Juro que intenté luchar, intenté no hacer caso a la orden, pero mi cuerpo estaba bajo control total de Percy, mis piernas empezaron a correr en contra de mi voluntad, me empecé a alejar del lugar, me dolía el cuerpo. Había necesitado de todas mis fuerzas para vencer a una hormiga (en mi vida he dicho una frase más triste.) Después de un rato de correr, tropecé y me caí. El mundo se volvió amarillo claro. Me puse en cuatro patas y vomité.

"Tengo una contusión", pensé, pero no tenía ni idea de que hacer al respecto. Mis conocimientos en medicina de campo habían desaparecido, o estaban revueltos con el resto de mis pensamientos, me dolía la cabeza casi tanto como cuando los romanos y los griegos pelean entre si. Me arrastre por el bosque de regreso al claro en cuanto recuperé el control sobre mi cuerpo.

Puede que me haya quedado tumbada en el lodo durante minutos u horas mientras que el cerebro me daba vueltas despacio dentro de mi craneo. Cuando conseguí llegar de nuevo a donde los géiseres, Percy y los soldados ya no estaban.

Las pruebas de la luna: el oráculo ocultoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora