35. Amar es destruir y ser amado es ser destruido

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«-Si estás realmente cansada, podría hacerte dormir - propuso él-. Contarte un cuento para dormir.
-¿Hablas en serio? -inquirió ella, mirándole.
-Siempre hablo en serio.
Clary se preguntó si estar cansados no les había enloquecido un poco a ambos. Pero Jace no parecía cansado.
Parecía casi triste. Clary dejó el cuaderno de dibujo sobre la mesilla de noche, y se tumbó, enroscándose de lado sobre la almohada.
-De acuerdo.
-Cierra los ojos.
Ella los cerró. Podía ver la imagen residual de la luz de la lámpara reflejada en el interior de los párpados, igual que diminutas estrellas estallando.
-Había una vez un niño -comenzó Jace.
Clary le interrumpió inmediatamente.
-¿Un niño cazador de sombras?
-Por supuesto. -Por un momento, un sombrío tono divertido coloreó su voz; luego desapareció-. Cuando el
niño tenía seis años, su padre le dio un halcón para que lo adiestrara. Los halcones son rapaces... que matan pájaros, le dijo su padre, son los cazadores de sombras del cielo.
»Al halcón no le gustaba el niño, y al niño tampoco le gustaba él. Su pico afilado lo ponía nervioso, y sus ojos
brillantes siempre parecían estarle vigilando. El ave le atacaba con el pico y las garras cada vez que se acercaba a él.
Durante semanas, no dejaron de sangrarle las muñecas y las manos. Él no lo sabía, pero su padre había seleccionado unchalcón que había vivido salvaje durante más de un año y por lo tanto era casi imposible de domesticar. Pero el niño lo
intentó, porque su padre le había dicho que hiciera que el halcón le obedeciera, y él quería complacer a su padre.
»Permanecía junto al ave constantemente, hablándole para
mantenerla despierta e incluso poniéndole música, porque se suponía que una ave cansada es más fácil de domar. Aprendió a manejar el equipo: las pihuelas, el capuchón, la caperuza, la lonja, la correa que sujetaba el halcón a su muñeca. Se suponía que debía mantener ciego al halcón, pero
no tenía valor para hacerlo; en vez de eso intentó sentarse donde el pájaro pudiera verlo mientras le tocaba y le
acariciaba las alas, deseando con todas sus fuerzas que aprendiera a confiar en él. Le daba de comer con la mano, y al
principio el halcón se negó a comer. Más tarde comió con tanta ferocidad que el pico hirió al niño en la palma de la mano. Pero el niño estaba contento, porque era un progreso, y porque quería que el pájaro le conociese, incluso aunque el ave le dejara sin sangre para conseguirlo.
»Empezó a ver que el halcón era hermoso, que sus alas delgadas estaban pensadas para la velocidad en el vuelo, que era fuerte y rápido, feroz y delicado. Cuando descendía hacia
el suelo, se movía como la luz. Cuando aprendió a describir un círculo y posársele en la muñeca, él casi gritó de júbilo. A veces el ave saltaba a su hombro y ponía el pico en sus
cabellos. Sabía que su halcón le quería, y cuando estuvo seguro de que no sólo estaba domesticado sino perfectamente
domesticado, fue a su padre y le mostró lo que había hecho, esperando que se sentiría orgulloso.
»Pero en vez de eso, su padre tomó al ave, ahora domesticada y confiada, en sus manos y le rompió el cuello.
Te dije que hicieras que fuera obediente -le dijo su padre, y dejó caer el cuerpo sin vida del halcón al suelo- Pero tú lechas enseñado a quererte. Los halcones no existen para ser
mascotas cariñosas: son feroces y salvajes, despiadados y crueles. Este pájaro no estaba domado; había perdido su identidad.
»Más tarde, cuando su padre le dejó, el niño lloró sobre su mascota hasta que finalmente el padre envió a un criado para que se llevara el cuerpo del ave y lo enterrara. El niño no volvió a llorar, y nunca olvidó lo que había aprendido: que amar es destruir, y que ser amado es ser destruido.

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