Cosas chispeantes.

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En agosto, un mes después de la visita de la señora McGonagall, Yuji y su hermano siguieron las indicaciones que está les había dado y fueron junto a sus padres por Charing Cross Road hasta encontrar el nombre que la mujer había anotado en un trozo de pergamino cremoso.

“El caldero chorreante.”

Jin se quedó perplejo, porque pasaba todos los días por esa misma calle para ir a trabajar y nunca en su vida, ni una sola vez, había visto ese local.

Yuji y Ryomen releyeron el trozo de pergamino un par de veces, comprobando que el nombre coincidía con lo que tenía el mismo, así que ambos empujaron la puerta para entrar al establecimiento junto a sus padres.

Era un pub diminuto, en una de las esquinas había una mujer que parecía intentar erradicar una mancha que podía perfectamente llevar años asentándose ahí mismo. A pesar de las mil explicaciones de parte de McGonagall, Yuji no podía evitar sentirse profundamente inquieto. Aunque su actitud no se comparaba con la de sus padres, quienes permanecían rígidos al lado de sus hijos y tenían una mano en el hombro de cada uno, como si la pareja estuviera lista para tapar a sus hijos de cualquier ataque.

Fue la misma mujer que limpiaba la que se abalanzó sobre ellos en cuanto reparó en su presencia. Ella era castaña, y de cara rosada, se apresuró a llegar a su lado y limpiar su rostro con el antebrazo para deshacerse del sudor.

—¡Hola! ¡Bienvenidos al Caldero Chorreante!— Exclamó, sonriendo y alzando la mano en el aire. —Veo que están muy tensos... ¿Primer año?

La señora Itadori le devolvió un saludo nervioso, y su padre hizo una reverencia, por la costumbre, a lo que la mujer volvió a sonreír.

—Sí... —Respondió Jin. —La señora McGonagall vino a nuestro hogar y nos dijo que mis hijos eran magos, y que teníamos que venir a comprar las cosas que les hacían falta para...

—¡Oh! Así que usted es muggle, supongo. —Preguntó la mujer, ligeramente sorprendida.

—¿Disculpe? —Preguntó la señora Itadori con el ceño fruncido, no sabía si ofenderse ante tal palabra, ¿Qué era eso de muggles? ¿Un insulto de magos?

Sin embargo, la mujer de piel rosada ya no le prestaba atención a ella o a su marido; había cogido de las manos a ambos gemelos y había empezado a hablar con ellos animadamente.

—¡Entonces no tienen idea de que hacer!

—En realidad, tenemos que encontrarnos con alguien para nos ayude en... —Ryomen vio la lista. —... ¿Gringotts?

—Entiendo. Entonces vengan, les ayudaré a entrar al callejón. Siganme a la puerta de atrás.

Yuji agarró a su hermano, quien sujetó a su padre para que siguieran a la mujer. Llegaron a un patio tan diminuto como el propio local, en el que había un muro de ladrillos grises. La mujer sacó un palo como el de la señora McGonagall (aunque ahora ambos gemelos comprendían que era una varita y que ellos mismos obtendrían una), tocó unos cuantos ladrillos y estos empezaron a moverse solos, abriéndose hacia los lados y dejando a la vista una larga calle que rebosaba de gente.

—¡Bienvenidos al callejón Diagon, donde los magos encuentran cualquier cosa que necesiten, y más! —Exclamó la señorita.—Suerte con las compras, no se olviden de fijarse muy bien en los carteles de las tiendas, y en los que hay lo largo de la calle para encontrar el camino de regreso. —La mujer se despidió de los gemelos y volvió a dar media vuelta atrás, regresando a su lugar de antes.

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