UNO

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Salgo del estrecho y polvoriento hoyo pequeño, es una mañana helada y necesito caminar para calentarme un poco

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Salgo del estrecho y polvoriento hoyo pequeño, es una mañana helada y necesito caminar para calentarme un poco. Comienzo a bajar por la agrietada y sucia pared esquivando grandes manchas verdes de moho, siempre me da nostalgia mirar la descuidada y abandonada casa en la que llevo viviendo cerca de cinco años. Me gustaba caminar por aquellas paredes limpias y de color chocolate de la cocina, eran diversos y deliciosos los aromas que solía exhalar desde lo más profundo de mi hueco en el que descansaba. Admiraba el gran frasco de dulces coloridos que había en la cocina, a veces trepaba por el gran tarro y me metía unos minutos para saborear los dulces, los verdes eran mis favoritos.

Llegando al final de la pared decido reposar mis ocho patitas negras en la fría baldosa blanca, camino lentamente por la vacía concina con cierta cautela de no despertar a los demás insectos que osaron invadir mi propiedad. Desde que este lugar quedó en total silencio varios intrusos creyeron que estaban en total libertad de vivir en esta sombría casa. No tengo idea desde hace cuánto miles de estos sucios bichos ingresaron y tomaron posesión del único lugar que podía llamar hogar.

Las horrendas y asquerosas cucarachas cafés que vuelan de vez en cuando alzando el polvo de la vieja y pequeña mesa de la sala; las lujuriosas familias de ratas que se reproducen y traen cada vez más y más bastardos de su clase empequeñeciendo el espacio de mi casa. También están las presumidas mariposas negras que ocupan el lugar donde descansaba la pequeña niña de la casa y por último esas nuevas y molestas arañas que osan ocupar mis antiguos hoyos y llenan las paredes con sus asquerosas telarañas, ni siquiera pueden tejerlas bien.

Si Marta estuviera aquí sacaría a todos estos idiotas de la casa, también limpiaría esas horribles telarañas que estorban. Recuerdo que muchas veces yo también intentaba decorar la casa con hermosos tejidos, sin embargo, Marta todo el tiempo las destruía con un plumero gigante, creo que ella nunca entendió de arte.

Nunca me acostumbré a vivir con demasiados insectos sucios, al único que realmente pude aguantar como compañero de convivencia era a Bob, la polilla que comía ropa. Bob vivía en el armario de la pequeña Sara, nunca compartí sus gustos por la comida, la verdad prefiero a los mosquitos de fruta.

Después de pasar por el piso de la cocina decido pasear un momento por el oscuro pasillo con calma, ahora no hay peligro de que me aplasten grandes cuerpos o perderme por la gran alfombra peluda que decoraba el piso de la sala. Un día jugando con Bob a las escondidas tuve la idea de esconderme en aquella alfombra negra, tenía tantos pelos gruesos que se confundían conmigo y era imposible que me encuentre por ahí. Mi plan funcionó de cierto modo pues no me encontró ese día y tampoco al siguiente, me perdí por dos días entre los gruesos y largos pelos de la negra alfombra. Sin embargo, llego a extrañar aquel objeto peludo, el piso ahora solo tiene capas y capas de polvo.

Recorriendo el pasillo encontré el cuarto de Sara, la más pequeña de la familia. La puerta estaba entreabierta y asomé un poco la cabeza para observar con esperanza si las paredes moradas se conservaban o los juguetes de felpa seguían ahí, pero solo vi una habitación abandonada y acabada por el año que ellos abandonaron este lugar. La ventana rota de la pared era lo único que dejaba pasar la luz a su habitación, es extraño no ver a Sara jugando con sus peluches. Bob solía decir que era rara pues hablaba sola o con sus juguetes y solían simular beber té en tazas vacías, eran actitudes raras, pero a mí me parecía una niña tierna.

Seguí caminando por el agrietado y polvoriento piso hasta llegar al cuarto que le gustaba a Samuel, el jefe de la casa, era algo así como su habitación de trabajo. Nunca entendí muy bien a lo que se dedicaba, pero trabajaba con una gigante cámara que soltaba unas molestas luces blancas. Me gustaba mirarlo trabajar desde alguna esquina del techo columpiándome con mis telarañas, sin embargo, cerraba los ojitos cuando veía venir aquellas luces, algo que no estaba permitido pues siempre que sus clientes cerraban los ojos se molestaba mucho.

Desde ancianos hasta niños pisaban esta casa e iban a su estudio para ser fotografiados, pero a Samuel siempre le gustó fotografiar más a niñas y niños pequeños. Nunca entendí porque, siempre lloraban y se quejaban cuando Samuel quería quitarles la ropa para las fotos. Cuando los niños comenzaban a llorar y le gritaban que parara, él se dirigía al gran frasco con dulces de la cocina y tomaba unos pocos para dárselos pidiendo que se calmaran. Les decía que no podían decirle nada a nadie sobre las "sesiones privadas".

Bob y yo solíamos mirar como varios niños se negaban cuando Samuel pedía que realizaran ciertas posiciones para las fotos. Cuando terminaba otras personas venían a recoger a los pequeños, él entregaba las fotografías que hizo antes de despojar al niño o niña de sus ropas. Muchas de estas fotografías las hacía cuando Marta y Sara salían de casa.

Su estudio era de paredes crema con muchas cámaras alrededor, colgaba fotografías que realizaba y omitía mucho las de sus "sesiones privadas". C0reo que lo hacía porque muchos de los niños salían con lágrimas en los ojos y la cara rojiza por el esfuerzo del llanto. Con cada uno de mis ocho ojitos llegue a ver que esos niños estaban incómodos siempre que se desnudaban ante Samuel. Las paredes cremas de su estudio ahora eran habitadas por las lujuriosas ratas que hacían nidos por todos lados en la habitación, pero siempre que paso a lado de aquella sucia habitación puedo oír los diversos llantos y gritos que los niños generaban cuando Samuel se acercaba y los tocaba.

Con el paseo por la casa logré calentar mis patitas, también llegué a la última habitación de la casa, el cuarto que Samuel y Marta compartían, me siento en el frío suelo para observar la habitación vacía aún con recuerdos habitando en ella. Recuerdo aquellas veces que discutían, las veces que Bob me llevaba en su espalda y volábamos por toda la habitación, recuerdo las veces que Marta y Samuel inundaban la habitación de besos y caricias, también recuerdo la vez que Samuel se colgó del techo ahí mismo.

Ese día, Sara encontró aquellas fotos "prohibidas".

Ese día, Marta enloqueció.

Ese fue el día en el que decidieron irse.

Bob también se fue, voló muy lejos de casa, nunca explicó el porqué.

Una última cosa que recuerdo es el lugar donde Samuel escondió sus fotografías favoritas antes de colgarse, Bob y yo lo vimos enterrar su secreto. Sé dónde están y el motivo por el cual no quemo esas fotos al igual que lo hizo con las demás, sin embargo, antes que Bob se marchara decidimos guardar el secreto, y aunque lo dijera no tendría sentido, nadie le creería a una simple y pequeña araña.

Cuentos para dormir (+16)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora