Capítulo 20. Luna de fresas

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Max se marchó después de tres días, dijo que, más que nada, había ido allí porque tenía muchas cosas que pensar y que la ciudad ni sus padres le dejaban en paz, además quería pasar tiempo con nosotros antes de que nos encontráramos con una sorpresa que nos habían preparado para cuando volviéramos a Inglaterra y que todo quedara patas para arriba. La verdad es que lo había visto muy distraído el poco tiempo que estuvo aquí, parecía en otro planeta y a veces lo veía muy concentrado pensando. Algo se tramaba, y por lo que vi, era algo que no les agradaría a sus padres.

Las dos semanas de luna de miel pasaron rápido, en un abrir y cerrar de ojos ya nos quedaban dos días para volver y en realidad no quería, ya que eso significaría regresar al trabajo, dar el examen de admisión para la universidad y comunicarle a mi madre lo que quería estudiar finalmente. Sabía que mamá y Leah me apoyarían, pero mis suegros... tenían muchas expectativas de mí y eran como mis segundos padres.

Le aparté un mechón de cabello a Leah del rostro, siempre tenía el cabello cubriéndole los ojos y eso a veces me molestaba, no me dejaba verla en todo su esplendor. Aunque también era una buena excusa para acercarme a ella.

—Leah, despierta, hay examen de matemática —le susurré al oído.

Se despertó de golpe y miró a todos lados, seguramente buscando a la maestra.

—¡Dios, no estudié, qué hago, voy a reprobar! —exclamó al borde de perder los nervios. Luego enfocó mejor la vista y se dio cuenta que seguíamos en el caribe, de luna de miel y que aparte eran vacaciones. Me dedicó una mirada asesina y salí corriendo de allí, estábamos en una hamaca colgada entre dos palmeras, en plena playa tropical.

La arena era blanca y el mar tan celeste como el cielo, corrí a través de ese fantástico paisaje sin mirar atrás, sabía de antemano que Leah buscaría venganza por haberla asustado así.

No había muchos turistas por allí, hoy había un recorrido en canoas por las orillas del mar y la mayoría había ido allí. Así que aprovechamos el día para disfrutar de la playa sólo para nosotros, aunque Leah se había quedado dormida nada más recostarse en la hamaca.

De pronto, Leah se lanzó sobre mí y ambos caímos. Rodamos por la arena hasta llegar a la orilla del mar, nos mojamos un poco y en cuanto reaccioné, Leah me tenía acorralado entre sus brazos.

—De aquí no te escapas, Rizos —sonreí al escuchar el apodo que me había puesto.

La miré con intensidad, esperando ponerla nerviosa, pero había olvidado algo: desde nuestra primera vez parecía que ya nada le avergonzaba, y eso era una desventaja para mí, que no podría molestarla por más tiempo.

—Bueno, ya que no puedo escaparme, qué tal si hacemos algo —levantó una ceja y me observó sugerente, esperando mis palabras—. Sabes... siempre me pregunté como sería hacerlo en la playa...

—¡No, Bruno, ni siquiera lo imagines! —se levantó de un salto y comenzó a caminar en cualquier dirección con tal de alejarse de mí, sabía que aún le molestaba que me refiriera a tener relaciones en público como si nada, era el único punto a mi favor que tenía.

Me coloqué de pie y fui tras ella, cuando la alcancé la sujete del brazo y la atraje hacia mí.

—Estaba bromeando, aunque admito que me encanta verte así —le dije mientras la abrazaba y me reía se su rostro. Tenía las mejillas infladas y enrojecidas, como cuando era niña y hacia escándalos por comer galletas.

—Alguien te podría oír, Bruno —me dijo, acercándose a mí.

—Sí, claro. Las toallas y las palmeras son tan chismosas —me golpeó el brazo y me abrazó en seguida. Leah se había puesto muy cariñosa y tierna, nunca en mi vida la había imaginado así. A pesar de continuar con nuestras peleas habituales, era extraño tenerla sólo para mí. Aún no cabía en la felicidad de saber que no sufriría más pensando que ella llegaría a casa de la mano de cualquier chico para presentarlo como su novio, o pelearme con ella y estar meses sin hablarnos. Ahora tenía la certeza que cuando me fuera a acostar por las noches, no me torturaría pensando qué se sentiría besarla o haberle confesado que la amaba, porque ya era mi esposa y nada podía hacerme más feliz que eso.

—Bruno, tengo hambre. Vamos al hotel a almorzar —me sugirió.

—No, yo quería ir contigo detrás de esas palmeras que hay por allí, ya sabes, para hacer... —me fulminó con la mirada y me callé, al parecer seguía un poco molesta con lo de la broma y lo de mencionar cosas relacionadas con hacerlo.

—Eres un pervertido, un pervertido que es mi esposo —me agarró del cuello y me besó con una sonrisa. Nos fundimos el uno en el otro por unos minutos, al separarnos, ella chocó su nariz con la mía y me miró directo a los ojos—. Y así como el pervertido que eres, me gustas.

—Ya lo sabía —me jacté, pero ella fingió molestarse y salió corriendo mientras gritaba:

—¡Si me alcanzas antes de que llegue al hotel, te prepararé una sorpresa! —tardé un poco en asimilar sus palabras, pero le ordené a mi piernas a correr a toda velocidad en cuanto me di cuenta de que esa sorpresa podría ser lo que estuve sugiriendo todo ese rato.

(...)

—No me has alcanzado, creo que gané —se burló Leah. Su cabello castaño se alborotó cuando una corriente de aire cálido pasó y cubrió su rostro.

—La naturaleza se venga de ti —le dije, apartando el pelo. Cuando su rostro quedó descubierto, la besé en los labios y por una fracción de segundos creí que me daría un ataque o algo. Fue suave, silencioso y tan dulce como volar sobre nubes de azúcar, cada minuto que pasaba junto a ella, me convencía más de haber tomado la decisión correcta.

—Bruno, sigo teniendo hambre —susurró cuando me aparté unos milímetros de sus labios.

—Ve al cuarto, yo pediré algo.

Subió a la habitación y yo fui a recepción. Pedí un carrito con champagne, fresas, crema y chocolate. Me dijeron que estaría en mi habitación en diez minutos, así que subí enseguida para esperar junto a Leah.

Al entrar, Leah veía televisión calmadamente. Cambiaba de canales una y otra vez, sin decidirse por uno.

—¿Qué tienes ganas de ver? —me preguntó.

—No lo sé, tal vez una película romántica —me miró incrédula. La mirada que me dedicó parecía decirlo todo: "¿Estás bromeando?"

—Odio esa clase de películas, lo sabes —espetó.

—Sí, lo sé. Pero también me odiabas a mí, y mira como estamos ahora —me acosté a su lado y la atraje hacia mí desde su cintura—. Casados, en una cama compartida, en nuestra luna de miel, a punto de tener sexo...

—No inventes cosas que no suceden, Rizos —me interrumpió divertida.

—Lo último no lo estoy inventando —susurré contra su cuello. Cuando comencé a besar su piel, tocaron la puerta y maldije para mis adentros al recordar las fresas.

Me levanté de prisa y recibí a la persona que me llevaba el carrito. Era una chica castaña que sonrió al verme. Estaba tan acelerado y con la sangre hirviendo, que prácticamente lancé la propina y entré, cerrando la puerta con seguro y llevando el carrito con comida al lado de la cama.

—Fresas —se limitó a decir Leah.

—Con chocolate —añadí y eso cambió su actitud. Leah amaba el chocolate tanto como las galletas o a Nana.

Se puso de pie y se acercó al carrito. Tomó una fresa y la sumergió hasta la mitad en la fuente de chocolate, al sacarla, éste comenzó a endurecerse.

—Abre la boca —me ordenó. Me empujó contra la cama y me obligó a sentarme. Ella se sentó sobre mí y acercó la fresa a mis labios—. Vamos, Bruno. No está envenenada.

La probé y saboreé el dulce y amargo sabor de la fruta con el chocolate, Leah sonreía como nunca. De pronto, mientras seguía masticando, me besó el cuello al mismo tiempo que desabrochaba mi camisa hawaiana.

—Te daré la sorpresa de todas formas —murmuró encogiéndose de hombros. Terminé de comer la fresa y la empujé contra la almohada.

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⏰ Última actualización: Dec 16, 2021 ⏰

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