Kastan se deslizó con pasos lentos y el mentón alzado. La capa negra que cubría sus hombros y se arrastraba al vaivén de sus movimientos, impuso un silencio solemne mientras caminaba a través del pabellón de los condenados.
Tras él, Amethyst intentó detenerlo.—No lo hagas —le suplicó cansada—. No es justo.
—¿Robar una gallina y diez huevos no te parece justo? —No quitó la vista del frente—. El dueño de la granja no opina lo mismo.
De un rápido movimiento, ella se interpuso ante sus pasos bloqueándolo con los brazos abiertos.
—Acaba de ser padre, viven debajo del puente de Safirén, su mujer muere de hambre y el niño de frío, ¿dónde está tu humanidad? —Le espetó con la voz temblorosa, esperando que, su mejor amigo, no cometiera una locura—. Has sido el rey por dos semanas y estás haciendo justamente lo opuesto a lo que prometiste: estás siguiendo los pasos de tu padre.
Kastan apretó los dientes. El rostro apuesto del nuevo rey le dirigió una mirada de advertencia.
—Quítate de mi camino Ame —masculló, empujándola sutilmente con una de sus manos enguantadas de negro—. Tengo que cumplir con la ley.
Pasó de ella con un rápido movimiento. Un grupo de al menos seis soldados, que llevaban la cabeza cubierta en yelmos oscuros con antiparras redondeadas y broncíneas, lo siguieron.
—¡Kastan! —Gritó ella. Pero el rey había desaparecido detrás de las puertas de hierro que conducían hacia un panteón expuesto a la multitud que esperaba por la sentencia.
Kastan salió al frío y cerró los ojos cuando la helada de la última nevada le golpeó la cara. Ante él se expandía una especie de anfiteatro en cuyo centro, en lugar de ubicarse un escenario, había un cadalso. La multitud se había agrupado alrededor del verdugo a pesar de la nieve y del frío. Todos querían presenciar la primera sentencia del joven rey.
Avanzó lentamente y contempló en silencio al condenado, un hombre que debía ser más joven que él y cuyos huesos faciales denotaban la falta de alimento.
Tragó saliva intentando no demostrar sus emociones.El prisionero estaba atado de manos y tobillos. Llevaba una mísera túnica sucia que apenas cubría su cuerpo, las rodillas huesudas estaban dobladas sobre la tarima de madera. Escuchó el llanto desesperado de una mujer que era retenida por unos enormes guardias un par de metros más allá del cadalso. Cargaba un montón de mantas sucias en sus brazos; el bebé del que hablaba Amethyst.
Los ojos claros de ella le suplicaban por piedad, pero las leyes dictaban lo contrario a lo que su corazón realmente deseaba.
Y debía cumplir con ellas si anhelaba el respeto del pueblo y en especial, de las Aristas.
Essio, su padre, había sido un rey rígido e imperturbable, con la ley en sus manos y las normas a sus pies. Nadie rompía una sola de ellas sin que se viese por enterado.
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Stormhold - La Montaña Oscura (Libro 1)
FantasyKastan de Ravenshare ha heredado el trono de su padre en el reino de Pravel. Un trono que no desea. Aislado por la montaña oscura Stormhold y bajo el escrutinio de las tres Aristas que gobiernan al país, Kastan deberá tomar decisiones drásticas cuan...