El día llegó junto con una espesa niebla que cubría todo el pueblo. Silvana se encontraba en el portal de su casa, pero no podía ver el de la casa al cruce del camino empedrado. Las enormes montañas habían desaparecido, el cielo estaba a solo un par de metros arriba del suelo y el aire era un susurro fantasmagórico que siseaba muy cerca del oído. En dos días, Silvana había visto al pueblo convertirse en otros dos muy distintos del que conocía; uno por la noche y otro por la mañana. Osvaldo se encontraba al lado de ella, trabajando en su hamaca con cierta lentitud.
—Entonces... ¿lo harás? —preguntó su hermano.
—Tengo que hacerlo. Papá debe ser inocente, y probablemente muchos de los hombres enfer... castigados también.
El recuerdo de la noche aún era como una vieja pesadilla. Las imágenes volvían con dificultad a su mente, pero recordaba las palabras a la perfección. Su papá y los hombres del pueblo habían sido juzgados; pero el juicio no podía estar bien. Se había encontrado con Carmen y Lucía en el tanque municipal y habían acordado reunirse en la plaza luego de la bendición del padre, ella les había dicho que preguntaran a sus mamás sobre algún crimen que se haya cometido en el pueblo. Su papá había vivido en el pueblo desde pequeño, tenía que averiguar si algo había pasado en ese lapso de tiempo.
Luego del mediodía, la neblina aún estaba en el pueblo. La campanilla de mano del padre Acosta era la única manera de saber si estaba cerca o lejos. Silvana se marchó a la plaza en cuanto Osvaldo recibió la bendición. Carmen y Lucía se encontraban en una de las bancas cercanas a la pila pública.
—¿Les dijeron algo? —preguntó Silvana a sus dos amigas.
—Mi mamá dice que aquí siempre ha sido un pueblo tranquilo, Silvana —respondió Carmen.
—Mi mamá me dijo lo mismo. Dijo que si algo hubiera pasado, que fue cuando era niña o cuando no había nacido. —Lucía apretujó los labios con tristeza—. Lo siento, Silvana.
Silvana no les había dicho a sus amigas sobre las sombras, sino que mintió sobre haber encontrado una vieja carta en las pertenencias de su papá. Les dijo que la carta era un chantaje con respecto a un crimen que se había cometido en el pueblo; parecía algo descabellado, pero era mejor que decirles la verdad. Ambas muchachas habían dicho que la iban a ayudar en todo lo que estuviera a su alcance.
—Se lo comenté a mi mamá, Silvana —le dijo Carmen con un poco de pena—. Lo de la carta. Sé que dijiste que no lo hiciéramos, pero no me quería responder...
—Carmen, ¿por qué? —le reprochó Silvana.
Se mostró un poco molesta, pero antes que pudiera decir otra palabra, Carmen continuó hablando.
—No quería responderme las preguntas. Cuando le dije sobre la carta me dijo que Jorge era una buena persona y que seguramente era gente envidiosa de otras partes del pueblo queriéndolo asustar. Aun así, me dijo algo más. Dijo que en el cuartel o en la alcaldía debía haber algo como un registro sobre ese tipo de cosas, y que Josué estaría feliz de ayudarnos.
—¡Eso es! —exclamó Silvana—. Debe haber registros en el cuartel. El sargento Barrientos lleva años aquí y siempre presumió como le gusta tener todo en orden.
—Silvana, igualmente no será fácil —dijo Lucía en un tono pesimista—. Esos registros no los puede ver nadie más que el sargento...
—Quien está enfermo —interrumpió Carmen.
—No debe haber más de un par de miembros del comité, y seguramente se quedan en la puerta. Apuesto que si los distraemos, podríamos conseguir los registros. —Silvana hablaba con entusiasmo—. Preguntemos a quien esté si podría verlos, y si no, diré que iré al baño y lo robaré.
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Los juicios de las sombras
HorrorSilvana se encuentra viviendo una realidad que jamás hubiera podido imaginar en el pueblo de Concepción Quezaltepeque. Ha pasado un tiempo desde que la extraña enfermedad azotó e incapacitó a todos los hombres. Cuando pensaba que las cosas no podían...